Quien no haya oído hablar de esta serie, probablemente no tenga internet. Es, con total certeza, el fenómeno más grande de Netflix de los últimos años. La curiosidad pudo conmigo y no necesité más que leer la sinopsis para decidir que tenía que verla. Y aquí estamos. Ya os lo adelanto, esta es una reseña sin spoilers (porque ya os comeréis bastantes solo con abrir inocentemente cualquier red social ahora mismo).
El juego del calamar es un drama coreano de unos escasos 9 episodios en los que ocurren demasiadas cosas. En resumen, la serie va de un conjunto de juegos con un premio millonario para el ganador. Eso sí, quien no gana, pierde, y aquí se toman muy en serio eso de perder. Drama asegurado, ya os lo digo.
Vamos a empezar con las cosas buenas. En primer lugar, el argumento da pie a situaciones intensas y extremas, es imposible aburrirse. La imagen también es espectacular. Los escenarios son muy vistosos y, en general, los planos están muy bien construidos y generan un aspecto visual muy llamativo; de hecho, si alguna persona fotosensible está leyendo esto y planea ver la serie, que tenga cuidado con el episodio 4. Además, el ritmo hace que avance de forma orgánica y la banda sonora acompaña perfectamente a la historia y genera sensaciones ciertamente intensas. Y vaya personajes. No serán los más complejos del mundo, pero sí son carismáticos y las decisiones que toman tienen sentido según su forma de ser y pensar. Estos aspectos consiguen lo que, en mi opinión, constituye el punto fuerte de esta producción: la tensión.
En la gran mayoría de escenas me costaba parpadear y soltaba un pequeño suspiro de alivio cuando acababan. Pero el alivio no duraba demasiado tiempo, porque la tensión se mantiene de manera uniforme, incluso en escenas en las que, a priori, los personajes deberían estar relajados. Siempre pasa algo… aunque no esté pasando nada. Claro, la situación que plantea la serie es bastante extrema, por lo que resulta difícil olvidar el contexto en el que todo ocurre, y esto, personalmente, me hizo disfrutarla mucho.
No obstante, no solo hay cosas buenas. Como puntos negativos, encuentro dos. El primero es el diálogo. Me resultaron un tanto sencillos, pero, aun así, quien empieza a ver El juego del calamar y se adentra en la dinámica que plantea no lo hace, ni mucho menos, por sus diálogos. Puede que sean un punto flojo, pero lo cierto es que no le quitan interés a la serie: es más importante entender lo que dicen el silencio y las miradas que las palabras.
El segundo punto negativo y el más importante es el final. ¿Cómo lo digo…? El último episodio sobra. Vale, a casi todo el mundo le gustan los finales inesperados, los giros de la trama, las sorpresas, los detalles que no se pueden predecir, el archiconocido plot twist, pero hasta cierto punto. Si la serie se hubiera quedado en el octavo episodio, habría tenido, a mi parecer, un final más digno. A partir del episodio 6 comienza una intensa espiral de sucesos que desembocan en un final abrupto y feroz… y luego llega el episodio 9. Que sí, que vale, que sorprende, pero realmente no aporta demasiado. La moraleja ya quedó bastante clara, ¿no? Ya conocemos el mecanismo del juego y la razón por la que se celebra, no es necesaria ninguna aclaración. Me da la sensación de que el único propósito de ese episodio es abrir el final a una posible (y probable, dado el vertiginoso éxito que está teniendo la serie) segunda temporada.
A modo de conclusión, es una buena serie. Claro, no es una obra de arte, pero la trama es potente y engancha y creo que es de lo mejorcito que ha sacado Netflix en los últimos meses. Totalmente recomendada para pasar un buen (o malo, según cómo se vea) rato. Y de esa potencial segunda temporada… ya hablaremos, ya.