Chema Madoz, regar lo escondido

Chema Madoz comienza el documental (Chema Madoz, regar lo escondido), que relata su trayectoria artística, evocando un suceso de su pasado.

Recordaba el momento en el que comenzó a ir a unas clases en el piso de una mujer. Ésta le habilitó una banqueta frente el horno de la cocina, a modo de pupitre (por falta de espacio). Ese fue el primer instante en que Chema tomó consciencia de todas las posibilidades que tienen los objetos. 

Chema ve más allá de los objetos, descubre lo extraordinario en lo cotidiano. Su mirada propia es aquello que atrae a la gente.

 

 

A pesar de ello, sus imágenes no surgen de manera instantánea o sin planificación previa. Chema realiza pequeñas aproximaciones a las ideas que surgen en su mente, a modo de bocetos. De esa forma logra sorprendernos con las cosas más evidentes. 

Las vías del ferrocarril se convierten en la pulsera de un reloj. Una copa triangular de vino evoca el pubis femenino. Una lupa se convierte en llave… Esas son varias de sus obras, obras indescriptibles que representan ideas tales como la velocidad del tiempo que pasa, la llave de la mirada o incluso un desnudo sin serlo. Son poemas visuales.

 

 

Para comprender su obra debemos recuperar la mirada infantil, aislarnos por completo del mundo exterior. 

Cuando Chema era tan solo un niño, las calles de Madrid estaban superpobladas de niños. Es algo curioso. Una generación distinta que no pisaba su casa hasta la hora de comer.

Comenzó a hacer fotografías con una cámara desechable, y por aquellos tiempos, los tiempos de “La Movida”, todos los fotógrafos miraban hacia la calle, lo que sucede en la ciudad. Chema, sin embargo, se mira hacia dentro.

Busca objetos de fácil reconocimiento para luego darles vueltas e interpretar los de otras formas. Ahí el espectador se da cuenta de lo amplio que es el mundo que Chema nos presenta. La cantidad de ideas, metáforas e interpretaciones que puede tener, por ejemplo, una simple piedra. 

Se sirve de elementos básicos: una cámara, un trípode y un fotómetro para medir la luz. Esto nos demuestra que, teniendo acceso a materiales básicos, podemos realizar obras de verdadero impacto estético y visual.

Compara trabajar con objetos a trabajar con palabras. Trabajar con conceptos, ideas, construidas con una gran delicadeza. A Chema lo único que le interesa es el proceso por el que llega hasta la obra final. 

Ha conseguido que, al ver una foto, instantáneamente, reconozcamos que es suya. Nos identificamos con su obra después de verla… Convivimos con sus imágenes y no nos cansamos de verlas. En ellas siempre queda un halo de misterio, que nos invita a seguir observándolas. Eso se debe a un trabajo perfectamente ejecutado.

El nueve de abril de este mismo año, Chema ha organizado una exposición individual que hace que nos planteemos el límite entre lo abstracto y lo figurativo. Las instantáneas que muestra en su tercera exposición individual fueron tomadas entre 2019 y 2020. Volvemos a relacionarnos con los objetos, pero esta vez de una forma distinta.

 

 

Transmite la angustia de nuestro tiempo en la Galería Elvira González, la fragilidad humana sin el concepto de humano, mediante un proceso más ralentizado que el que suele tener. Mantiene, a pesar de ello, su estilo en blanco y negro y en formato analógico.

 

 

Para acabar, me gustaría añadir una fotografía realizada por mí e inspirada por Chema Madoz.

 

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