Siempre me conmueven estos retazos materiales de la memoria de personas desconocidas, muy lejanas en el tiempo, de las que por motivos ajenos a lo cotidiano alcanzamos detalles de mayor o menor importancia, huellas de sus vidas que no las reflejan por completo pero sí con el intenso fulgor de la verdad, alguna verdad, por fragmentaria que sea.
Hoy, visitando el Museo Arqueológico Nacional, me he parado ante la estela funeraria de Cuártulo, un niño fallecido a los cuatro años en el distrito minero del Jaén romano, allá por el siglo I. Cuártulo (el diminutivo que emplearían los mineros adultos para dirigirse -ya con cariño, ya con menosprecio- al pequeño Cuarto) está representado en el seno de una hornacina, sujetando en las manos los atributos de la minería: un martillo o pico y una cesta para transportar el material.[1] Próximos a la piedra se exponen ejemplares de esos cestos y de herramientas de la misma época.
Existe polémica entre arqueólogos y
epigrafistas sobre si Cuártulo tendría cuatro o nueve años, según diversas
interpretaciones de la inscripción a él dedicada.[2]
También hubo quien dudó si se llamó Cuártulo (Quartulus) o Quinto Ártulo (Q.
Artulus), aunque esta segunda interpretación parece descartada en favor de
la de una escritura deficiente; o si fue efectivamente un niño minero o más
bien se lo enterró asociado a los símbolos de la familia o la comunidad a la
que pertenecía;[3]
pero, en este caso, ¿por qué habría de llevar los aperos en las manos? Tal vez
su trabajo era el de aguador o el de recadero o, quizá -no he podido dejar de
pensarlo-, en su corta vida se vio condenado a trabajar allá donde los cuerpos
de los esclavos adultos no llegaban: en las galerías más estrechas y más
oscuras, en las grietas del filón metálico. Su figura sin rostro sería así,
hace 2000 años, la misma que hoy sigue siendo moneda corriente en muchos
lugares del tercer mundo.
Puede que su muerte lo
librase de una vida de abusos, pero prefiero pensar que Cuártulo fue llorado
por hombres que no dudaron en costear la estela funeraria que había de ser
desenterrada en Baños de la Encina ya antes de 1860, cuando Manuel de Góngora
da cuenta de ella en una memoria académica;[4]
y en su superficie una inscripción -con faltas de ortografía- deseándole el
descanso en la tierra que lo vio penar: Q(u)artulus
/ an(n)oru(m) IIII si(t) / [tibi] te(r)ra le[vis].
[1] Corpus Inscriptionum Latinarum, vol. II, núm. 3258, p. 949; cf. Casto María de Rivero, El lapidario del Museo Arqueológico Nacional. Catálogo ilustrado de las inscripciones latinas, Madrid: Estanislao Maestre, 1933, núm. 259; y Antonio García y Bellido, “Sobre un tipo de estela funeraria de togado bajo hornacina”, Archivo Español de Arqueología, vol. 40, núm. 115-116, 1967, pp. 110-120; núm. 6 y fig. 6, pp. 114-115.
[2] Andrea Giardina, “Bambini in mineria: Quartulus e gli altri”, en Gianfranco Paci (editor), Epigrafai. Miscellanea epigrafica in honore di Lidio Gasperini, Roma: Tipigraf, 2000, vol. 1, pp. 407-416.
[3] Antonio Blanco Freijeiro y José María Luzón Nogué, “Mineros antiguos españoles”, Archivo Español de Arqueología, vol. 39, núm. 113-114, 1966, pp. 73-88; fig. 10, pp. 86 y 88.
[4] Manuel de Góngora, Viaje literario por las provincias de Granada y Jaén. Tomo 1. Contiene datos sobre las antiguas Ciudades de Cástulo, Giri, Silpia, Campaneana, Viniolis, etc. Madrid, 12 de febrero de 1860, manuscrito conservado en la Real Academia de la Historia (signatura RAH-9-5359; olim 11-3-7-18), núm. 86; editado en M. de Góngora y Horace Sandars, Viaje literario por la provincia de Jaén y La Puente Quebrada sobre el río Guadalimar. Memorias presentadas, respectivamente, a la Real Academia de la Historia, preámbulo de Alfredo Cazabán, Jaén: Imprenta Morales y Cruz, 1915, núm. 86.