Estimados lectores:
Hoy, 1 de marzo de 2021, Gabriel Sastre y Álvaro Andújar colaboran juntos para hablarnos de la película mencionada en el título del artículo.
Esperamos que os guste.
Estrenada el año pasado en Netflix, El juicio a los 7 de
Chicago adapta al cine uno de los hitos de la Norteamérica de final de
siglo, inmersa en pleno fervor intervencionista y fracasando en Vietnam. Una
invasión que, además de destruir y contaminar con explosivos químicos el país
asiático, barrió miles de vidas de jóvenes estadounidenses. Este es el
conflicto en el que se enmarcan los disturbios por los que son juzgados los
protagonistas.
¿Por qué nos interesan las películas centradas en un juicio? En primer lugar, arrastrados por el morbo, queremos saber el fallo del jurado. En segundo lugar, suelen plantear una reflexión sobre la propia justicia. Este es sin duda nuestro caso. “¡Es un juicio político!” Repite durante toda la película Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen). Su abogado reacciona con escepticismo algo infantil las primeras veces pero la realidad se abre paso en la forma de un aguilucho que desconoce la división de poderes cuando esta afecta a sus intereses. Así funcionó (¿funciona hoy todavía?) el poder en el curso del S.XX: si el marco constitucional suponía un escollo, simplemente se barría de un plumazo. El derecho de reunión está reconocido en cualquier democracia liberal, que por definición, debería respetar los derechos civiles. En el caso de la concentración que se representa en la cinta, aquella manifestación tuvo lugar durante la Convención Demócrata para elegir al candidato presidenciable para las elecciones de 1968. Liderado por Lyndon Johnson, el Partido Demócrata se había convertido en la parte progresista del modelo bipartidista americano desde la Gran Depresión de los años 30 pero no había atendido a las críticas realizadas por la sociedad civil y los agentes sociales por la intervención americana en Vietnam, una guerra que se consideraba injusta y alejada de los intereses nacionales.
El mandato de Johnson coincide además con el movimiento por los derechos civiles de la población afroamericana. Esto se hace patente en la película a través de Bobby Seale, líder histórico de las Panteras Negras, que es juzgado conjuntamente a fin de incriminar penalmente al movimiento que representa. La década de los 60 reabre en EEUU el debate racial que nunca se había terminado de solucionar, con asesinatos de figuras clave para el movimiento como Martin Luther King y Malcolm X. El propio Johnson había aprobado en 1964 la «Ley de Derechos Civiles» para tratar de acabar con la discriminación racial en el país. El contexto en el que se celebró aquella protesta en Chicago era el de un polvorín, y su objetivo era presionar al partido progresista para que realizara un viraje en su política.
Los límites argumentales de la película -por tratar hechos históricos consumados- no resultan un escollo porque la narración está estructurada de forma inteligente. Anclada en el juicio en todo momento, accedemos a través de flashbacks a los hechos de la manifestación y la preparación de la defensa, que lentamente vislumbra la motivación real de su juicio, sentenciado antes de empezar. El alegato principal es, en definitiva, contra el sinsentido de Vietnam, donde millares de jóvenes se dejaron la vida en los arrozales sin llegar a entender la causa por la que iban a morir al campo de batalla.