El escritor oriolano Alejandro López Pomares (1983) nos propone en su primera novela, La mirada perdida (2017), una lectura que ha de alejarse por completo de la interpretación automática para sumergirnos en el pensamiento crítico y colocarnos en el centro de la narración. Como niños curiosos, deberemos tocarlo todo para meditar sobre su posible naturaleza, recorrer cada frase como si estuviésemos jugando en ella a la rayuela, y, cuando sea necesario, cerrar el libro y reflexionar sobre las indeterminaciones que concienzudamente nos dejará el autor como un regalo. Y es que la narración, que casi en su mayor parte se encuentra a modo de prosa poética, tiende constantemente hacia la oscuridad semántica, presentándonos unos personajes que aparentemente podrían ser arquetipos sociales, pero mostrándonos sus recovecos internos de tal forma que al lector se le dificulta discernir los límites de las realidades literarias, quedando finalmente unos personajes difíciles de asir y de definir, como sombras que deambulan y crean una trama vagabunda entre el recuerdo, el sueño, el deseo y lo real. Destaca en medio de todo esto el tratamiento del tiempo, como una especie de multiperspectivismo que se pliega para que deje de existir pasado, presente y futuro, y solo exista una especie de instante congelado y en suspensión, un instante en torno al que los personajes giran, deformándose y entrando unos dentro de otros, dificultando en este punto también la concepción de los límites de unos y otros. Los nombres de las tres partes que componen la obra («sincronías», «paracronías» y «anacronías») ya son toda una declaración de intenciones al respecto. Así como el tiempo se pliega, en ocasiones también salta, avanza y retrocede, repite, y cambia de perspectiva. Y en ese ir y venir, el narrador dejará numerosos espacios sin delimitar, que, junto con un texto que se centra más en las estancias internas de los personajes que en hilar una realidad externa; conformará un abanico de posibilidades, a modo de molde, donde podremos ir dejando nuestras propias piezas.
La obra aborda algunos tópicos literarios habituales (tempus fugit, vanitas vanitatum, memento mori, carpe diem…). A través de la mirada de diversas generaciones, asistimos a la fugacidad del tiempo y a la ficción de la vida rutinaria mediante distintos ojos. Así, parece que se habla de la aceptación de la rutina diaria como una ficción necesaria, salpicada de recuerdos de esa infancia en la que los segundos eran más largos y no se comprendía que los adultos eligiesen mal las reglas del juego, creyendo que el tiempo les arrastra y han de alcanzar una meta ficticia que les deja donde mismo comenzaron, aunque todavía no lo sepan. Está muy presente el devenir del tiempo y la pérdida de las oportunidades una vez se dejan pasar. Oportunidades centradas principalmente en los vínculos afectivos. Pero, sin duda, lo que ocupa un lugar central en todo el texto es el recuerdo, un recuerdo continuamente mezclado con el deseo y cifrado en un lugar físico: la laguna. Todo girará en torno a esta laguna donde los personajes —a veces queriendo y a veces sin querer— acabarán por llegar y serán incapaces de eludir su llamada. Continuamente los personajes acuden al recuerdo y son conscientes de la ficción que hay en él, de la alteración que se comete cada vez que se acude y, sin embargo, de lo reconfortante que sigue siendo, pues, de alguna forma «siempre hay un centro», y, aunque no fuera así, «quien no recuerda inventa, y suerte de aquél». En general, la obra se me antoja casi como una reflexión contemporánea en torno a unos versos de Zhang Ruoxu, de su célebre poema «El río primaveral, en una noche de luna y flores» («Chun Jiang Hua Yue Ye»), que Alejandro incluye en su novela, indicándonos que son unos versos que alguien ha subrayado en un libro abierto y boca abajo:
«Una tras otra,
las generaciones humanas
vienen y se van.
Año tras año,
la luna del río
siempre es la misma.
No sé a quién espera
con tanta paciencia…
…Los amantes separados
fijan entonces sus ojos
en el espejo celeste.
Quieren verse, pero en vano.»