Qué descuidada está nuestra vecina Portugal en la sección de poesía de las librerías españolas. Apenas se pueden encontrar algunos libros de Fernando Pessoa y poquito más. Novelas, sí, de José Saramago, pero prima la literatura anglosajona como principal idioma extranjero traducido al español. Entre toda esa nube de clásicos del canon literario y poetas anglosajones o españoles contemporáneos, Sombras de porcelana brava (Vaso Roto, 2020) aparece como una antología de diecisiete poetas portuguesas nacidas entre 1955 y 1987 en una traducción de Vicente Araguas dentro de una edición bilingüe.
En la nómina de autoras encontramos como primera poeta a Maria Quintans (1955), luego Ana Luísa Amaral (1956), Rosa Oliveira (1958), Maria do Rosário Pedreira (1959), Maria João Cantinho (1962), Ana Marques Gastão (1962), Ana Paula Inácio (1966), Renata Correia Botelho (1967), Rita Taborda (1973), Inês Fonseca (1979), Filipa Leal (1979), Claudia R. Sampaio (1981), Catarina Nunes de Almeida (1982), Andreia C. Faria (1984), Beatriz Hierro Lopes (1985), Tatiana Faia (1986) y, finalmente, Sara F. Costa (1987). Desconocidas para muchos de los lectores españoles de poesía por su ausencia en el canon y en las librerías, el propio traductor nos las presenta en un prólogo y en unas notas al final de la antología dándonos a conocer sus respectivas trayectorias literarias y biográficas, así como algunos apuntes sobre la situación poética de Portugal que, como digo, tiende a desconocerse en España pese a la vecindad y proximidad de lenguas.
La primera de ellas, Maria Quintans, es una poeta de corte surrealista, con poemas de versos extensos, tendencia al prosaísmo y mucha potencia lírica, imágenes sorprendentes que no caen en la escritura automática y remiten a los cinco sentidos. En sus textos se lee una influencia del simbolismo francés con Rimbaud a la cabeza y que recuerda a poetas contemporáneas como Blanca Andreu. Uno de los poemas más destacados, «esqueleto de manifiesto a Mário Cesariny», expone un homenaje crítico al artista con una batería de versos que eliminan los signos de puntuación en aras de la fluidez y el ritmo que acribillan al lector con poderosas ráfagas de crudeza: «oh tú incendio oh tú falangina oh tú puta hasta la raíz del hueso oh tú cuerno de palmo y medio oh tú coño de servidumbre animal oh tú danza oh tú chaval que te olvidas de la mujer en casa para follar con otra».
La segunda en la antología, Ana Luísa Amaral, recientemente galardonada con el Premio Leteo 2020, tiende al costumbrismo, a los lugares comunes (título del primer poema) con influencias de la Generación Beat y algunos rasgos de la llamada poesía de la experiencia que se cultivó en España a lo largo de los años 80 en relación con el tratamiento del yo y el tú en busca de la complicidad, así como una línea pura que busca la belleza, la claridad y el símbolo más cercana a la poesía del silencio, pero que por extensión de los poemas y otros rasgos propios se aleja de esa. En poemas como «De las más puras memorias: o de lumbres» encontramos una poética más vanguardista, con juegos de sangrías e imágenes sorprendentes, o en «Sólo un poco de Goya: Carta a mi hija:» vemos el homenaje al pintor español con un vínculo biográfico: «¿Te acuerdas cuando decías que la vida era una fila? / Eras pequeña y el cabello más claro, / pero los ojos iguales. En la metáfora que da / la infancia, preguntabas del espanto / de la muerte y del nacer».
Después, Rosa Oliveira, voz surrealista con ecos de Mallarmé, ruptura de los signos de puntuación, extranjerismos e imágenes poderosas que rompen la belleza de la que veníamos tras la lectura de Ana Luísa Amaral. Con Rosa Oliveira la crudeza destaca junto con la evocación a todo un imaginario de referencias cultas y abstracción. En una línea cercana en ocasiones a Juan Carlos Mestre por la dificultad de las imágenes y la preferencia por el sugerir más que mostrar, poemas como «Botánica casera» dejan estos versos de gran dureza y oscuridad: «las personas trabajaban orinaban y volvían a trabajar / los días seguían adelante asidos de la flecha disparada / la magnolia grandiflora era un travesti de la magnolia macrophylla / hoy vemos sólo bocas retorcidas / y hacemos señas a la lombriz del tiempo / arrastrándose penosamente / hasta el take final / so just give up».
A continuación, Maria do Rosário Pedreira es la poeta del amor, un amor que huye del tópico y busca la belleza, la dulzura y lo tierno entre la propia metapoesía y las relaciones afectivas, con versos llenos de pureza, expresiones claras y metáforas bellas en una inmersión en la blancura por la que toma importancia la sonoridad, donde se concibe el acto de escribir un poema como un acto de amor. En «Arte poética» tenemos versos como «En mi poema, no necesitamos café / para mantenernos despiertos: mi / boca siempre está en la concha de tu mano, / todos los días hay páginas en tus ojos, / la vida se escribe sin que nunca envejezcamos» ejemplifican a la perfección la poesía de la autora portuguesa.
Tras ella, Maria João Cantinho se presenta como la poeta de lo natural y la belleza, cargada de luz y misticismo, sus textos como «Por dentro de los jacarandás» o «Un caballo de fuego, tu trémula voz» muestran ecos de Safo con una suave musicalidad y una abstracción en lo sencillo, como define en el poema «De lo ínfimo», busca el murmullo de las pequeñas cosas. La tendencia a la sutileza destaca frente a lo material, con una perspectiva contemplativa ante un locus amoenus y un poso metafísico que cobra vivacidad en el silencio y la musicalidad. Un perfecto ejemplo podrían ser estos versos «Si es vida, sangre u oro, / nada sé, nada de nada / escondido que él es / en lo ínfimo y en la sombra. Oculto».
Luego, Ana Marques Gastão, poeta de rasgos expresionistas, de extrema plasticidad e intenso cromatismo que no caen en lo excesivo, sino que sorprenden al lector en imágenes provocadoras. A ella se le debe el propio título de la antología, con influjo surrealista e influencias de poetas como Hilda Doolittle en el tratamiento de la sexualidad, además de referencias a obras artísticas como de Warhol, Soutine o Courbet, presentándose con versos como «También se besa con los ojos / no que se trate de una persistencia / ocular, sino de una deformación / como en el paisaje del cuadro / de Soutine».
Más Adelante, Ana Paula Inácio es la poeta de lo sencillo, la complicidad con el lector y los escenarios cotidianos, donde resalta la naturalidad, los colores grises y la rutina, como elementos diarios en la sencillez, el diálogo con un tú que contempla la escena. La fluidez concedida por la eliminación de los signos de puntuación otorga musicalidad y levedad a los poemas, con versos como «quería que me acompañases / vida adelante / como una vela / que me descubriese el mundo / pero me sitúo en el lado incierto / donde bate el viento / y sólo te puedo enseñar / nombres de árboles / cuyo fruto se coge en una próxima estación / por donde los trenes extienden / silbidos afligidos».
Renata Correia Botelho toma el misticismo natural donde los lugares mágicos del recuerdo y la infancia evocan imágenes y sentimientos, voces delicadas y omnipresencia del frío que en ocasiones recuerda a poetas como Anne Carson o Antonio Gamoneda, donde la pobreza y el amor conviven en la persona a través del paso del tiempo. Asimismo, los versos breves y la simbología en la naturaleza pueden verse en versos como «como esta casa quiero / arrimarme a la muerte, / y así cerrar el cuerpo / en el tiempo de un ave / cansada de sombras / fría, a la espera / de la furia de dios».
Después, Rita Taborda Duarte, con influencias de Ana Karenina o la literatura clásica grecolatina, habla del amor con intensidad y ternura, metáforas tenues y blancura. Del mismo modo este amor lo plasma en una combinación de la metapoesía con el cuerpo y la sexualidad. Destacan los poemas «Letanía de la madre de Penélope a la hija» o «Súplica de Ulises», donde se vislumbra esa nostalgia clásica de Homero actualizada en textos donde vive la elipsis a la que tiende la autora, la omisión y la pausa en versos largos y meditados: «Un beso de súbito y al fondo una regla entera de río / fue el día en que perdí casi todo las llaves del coche / hasta el suelo».
Inês Fonseca Santos, poeta mística y profundamente religiosa, donde la belleza resalta en la calma de los versos y la evocación nocturna de símbolos místicos. Asimismo, posee una influencia de Albert Camus en poemas como «Los grandes animales». El tono elevado y las invocaciones de su poética, junto con los ambientes urbanos, logran una poesía metafísica y clara con versos como «Tropezaba demasiado en las calles / sin conseguir tan siquiera culpar / a la geometría de las calzadas portuguesas. / La culpa era del corazón contra las piedras, / del corazón amansando las piedras».
A continuación, Filipa Leal, que en sus poemas expone la nostalgia y la tristeza entre escenarios urbanos y cotidianeidad. Pone a la mujer en el centro de su poética y, como se lee en el poema «Manual de despedidas para mujeres sensibles», la insta a ser fuerte, pero humana, sentir y sufrir, pero con una altivez que reivindica la dignidad. Del mismo modo, destacan los versos del poema casi apocalíptico «La ciudad líquida», donde el dolor invade las arterias de la ciudad costera: «Las aves se mojaban contra las torres. Todo se evaporaba: las campanas / los relojes, los gatos, el suelo. Se pudrían los cabellos, las miradas. /Había peces inmóviles en el umbral de las puertas».
Después, Claudia R. Sampaio, considerada como una niña terrible de la poesía portuguesa, se presenta con poemas provocadores, agresivos, con imágenes transgresoras que buscan golpear al lector y sorprenderlo. Este objetivo, por supuesto, lo consigue. Asimismo, destaca también su uso de los signos de puntuación y las estructuras paralelísticas en aras de la musicalidad. Versos como «Miren bien para mí: / Soy un Jesús clavado a comprimidos / una falla anónima erecta / en las tablas / Mi nombre es Milagro» demuestran el carácter provocador de su poesía.
Tras esta, Catarina Nunes de Almeida sigue la línea de la poesía de la naturaleza presente en otras poetas de esta antología, actuando un alivio en sus poemas mediante el amor, los animales y la calidez de los paisajes. Plasticidad, cromatismo sutil e imágenes bellas por inocencia son elementos muy presentes en su poesía. Esto puede ejemplificarse en los siguientes versos: «iré yo a galope en mis pies / veloz por entre las avecillas / del fondo de las mansardas / en aguas de labios hurtadas / veloz y espesa como el torrente / de un parto».
Más adelante, Andreia C. Faria es la poeta con la musicalidad más marcada y más sutil. Sus poemas poseen elementos musicales y entre sí los propios versos encajan como notas musicales en una partitura perfecta, donde además la naturaleza tiene una simbología en relación con el paso del tiempo, un tema nuclear en su obra. Uno de sus poemas empieza con los versos «Estoy entre la edad de Cristo / y la edad con que Simone Weil murió. / Tiendo, como ellos, a ampliar fenómenos, / los mitos o el propio mar encabezado por un toro, / mi ropa al final de un día de uso / arrastrando el área de cualquier abismo».
En el antepenúltimo lugar de la antología, Beatriz Hierro Lopes escribe en prosa poética textos que tienden a la musicalidad y se inclinan por el tema de la muerte y todo aquello cuanto la rodea. Los paisajes expresionistas se muestran desde la contemplación, donde la naturaleza se funde con los elementos abstractos. El yo forma parte de los elementos místicos naturales. En «Fumar» o «Las voces» vemos la cotidianeidad de los gestos y lo urbano, la recreación del mundo posmoderno en la poesía. Algunas líneas de sus textos son «narrar un coro en paisaje posmoderno sobre los raíles del metro, empujado a pasados rotos que les amortajan la voz al rogar, pedir, dictar, exigir un poco más de silencio de lo que este mundo tiene para darles, y que, a cambio, les responde: sólo la noche no es posible».
La penúltima posición en el libro la ocupa Tatiana Faia, que toma las influencias griegas y la ruptura de los signos de puntuación en aras de la fluidez y el ritmo en los poemas. Luego, toma temas naturales en el extenso poema «Cinco visiones del paraíso terrestre» y los expone desde una visión intimista y personal. Versos como «y espero al poeta que busque / la estatua que se ahogó en su juventud / qué amor sujetó estos hombres a las cosas de las casas / tanto que hacen su trabajo».
Finalmente, y como cierre a la antología de diecisiete poetas portuguesas contemporáneas, Sara F. Costas logra un acercamiento a la poesía más pura y el sentimiento, centrándose en la evocación dentro de las situaciones cotidianas, del día a día, el viernes o la digitalización posmoderna del paisaje que aparece en su poema «Upload», con imágenes más sorprendentes dentro de la naturalidad de los escenarios cotidianos. Ilustran estos rasgos sus versos: «un hombre se detiene junto al fuego más sucio, / creo que soy yo, / la salvaje sensible, / la posición íntima multiplicada por la memoria, / los trozos de la noche que me brillan en los labios, / la libertad implacable de la fuga».
En suma, esta antología Sombras de porcelana brava (Vaso Roto, 2020), elabora un rico canon de autoras contemporáneas en una excelente traducción al español y edición bilingüe que acerca a los lectores españoles una literatura desconocida en gran parte para España pese a la proximidad tanto lingüística como geográfica. Así pues, esta obra reúne una magnífica selección con rasgos comunes sin dejar de lado la gran variedad de voces en estas diecisiete poetas portuguesas.
Título: Sombras de porcelana brava
Traducción: Vicente Araguas
Editorial: Vaso Roto
Fecha de edición: 2020
Nº de páginas: 400
Precio: 25 €
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