Os presentamos el primer relato finalista del concurso, escrito por Rodrigo Castellano. Os dejamos sus redes sociales, por si queréis echar un vistazo: @rodricm02 en Instagram y @inthecommune en Twitter. Dentro de poco conoceréis a los dos restantes, así que ¡estad atentos a nuestras redes sociales! Esperamos que os guste:
El despegue se realizó exitosamente, sin ningún fallo. Los astronautas Piotr Mijailovich y Aleksandr Dobrovolsky vieron a través de la escotilla cómo el cosmódromo de Baikonur se iba alejando rápidamente. Conforme ascendían hacia el espacio, observaron cómo el cielo se iba oscureciendo. Primero, nada más atravesar las nubes, admiraron el tono azul intenso que adquirió el cielo, pero, conforme subían más y más kilómetros, empezaron a ver cómo se tornaba negro, como si fuese de noche. Piotr no estaba demasiado impresionado, al fin y al cabo, era su tercer viaje al espacio; sin embargo, Aleksandr, para quien era su primer viaje, se quedó fascinado con el ascenso.
Del cohete se fueron desprendiendo las distintas partes que ya no se necesitaban, hasta que la cápsula Soyuz TM-3 quedó totalmente desprendida. Los cosmonautas comunicaron a la base que la nave ya estaba en modo orbital y que se dirigían, sin ninguna complicación ni desviación, directos a la estación espacial Mir. Tras este comunicado, la base les indicó que se volviesen a poner en contacto cuando estuvieran cerca de la Mir, para dirigir el acoplamiento, o si sucedía algún imprevisto, hasta entonces no habría más comunicaciones. Los dos tripulantes, después de recibir este último mensaje de la base, se relajaron; lo más difícil ya lo habían superado. Los nervios de Aleksandr, aunque en parte ya calmados por la experiencia de Piotr y por la majestuosidad de las vistas que tenía de la Tierra y del espacio, se relajaron por completo.
Los cosmonautas, entonces, decidieron hacer tiempo, cada uno a su manera, hasta que la cápsula llegase a la estación espacial. Piotr se puso a leer ensayos de Lenin y Stalin al lado de la compuerta de anclaje, mientras que de vez en cuando estaba pendiente de que todo fuese correctamente. Piotr pensaba que el PCUS se había occidentalizado demasiado, al igual que toda la Unión Soviética, y creía necesario releer y hacer caso a lo que «los grandes hombres», que era como él llamaba a Marx, Engels, Lenin y Stalin, dijeron. Aleksandr, por su lado, se limitó a mirar por una pequeña escotilla con vistas al exterior. Él no estaba tan interesado en la política y en la filosofía, y pensaba que la Unión Soviética quizá necesitaba occidentalizarse más, y si había algo que le fascinaba, era el cosmos. Se quedó impresionado con las vistas hacia la Tierra, desde ahí le parecía una esfera delicada y pequeña, en contraste con la inmensidad y la violencia del sol y su luz (que de vez en cuando enfocaban a la escotilla por la que miraba Aleksandr y le deslumbraban) y comparada con la vasta inmensidad del negro espacio, que se extendía infinitamente allá donde mirase.
Tras casi una hora de viaje —llevando un poco menos de la mitad del recorrido—, Aleksandr, quien, adormecido, seguía mirando por la escotilla, dio un salto de repente. Piotr se le quedó mirando extrañado y le preguntó por qué se había sobresaltado de aquella manera. Aleksandr, pálido, tartamudeó y balbuceó que había visto algo fuera de la nave, algo negro, no había llegado a distinguirlo bien, pero parecía rondarles, pues lo había visto dar varias vueltas alrededor de la nave. Piotr se rio y le dijo a Aleksandr que no se preocupara, que probablemente hubiese sido fruto de su imaginación, nerviosa y primeriza en el espacio, y le recordó las palabras del cosmonauta Yuri Gagarin: «No veo ningún Dios aquí arriba», dándole a entender que en el espacio no había nada vivo más allá de los tripulantes de las estaciones espaciales y ellos. Aleksandr pareció tranquilizarse con las palabras de Piotr, desde luego, su experiencia le tranquilizaba, era una suerte poder estar con alguien que ya ha dado dos paseos espaciales antes, sin embargo, sus nervios siguieron por un rato a flor de piel. Tras el susto y la conversación con Piotr, Aleksandr volvió a mirar por la escotilla. Estuvo un rato mirándola con miedo, pero, después de varios minutos sin ver nada extraño, se tranquilizó por completo. «Piotr tiene razón, ha sido cosa de mi imaginación», se dijo, y continuó mirando y fascinándose con las vistas. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que volvió a observar aquella cosa negra que se movía velozmente, pero, esta vez, no rondó la cápsula, sino que fue velozmente desde detrás de la cápsula, directamente hacia la compuerta de la nave. Fue entonces cuando se escucharon tres golpes en la compuerta, muy fuertes, parecidos a los que hace un martillo al golpear el metal, y rítmicos, como si alguien, o algo, llamara desde fuera pidiendo que lo dejaran entrar. Piotr miró a Aleksandr asustado, y al verle la misma cara pálida que tenía antes, supo que había vuelto a ver aquello, y que los golpes tenían alguna relación.
Volvieron a escucharse los golpes en la compuerta de anclaje. Piotr, entonces, fue corriendo a la escotilla por la que estaba mirando su compañero y se puso a mirar junto a él para ver si veía algo. Aquella cosa volvió a rondarles, y esta vez, ambos cosmonautas observaron cómo se fue a la parte trasera de la cápsula, golpeándola. Al oír el golpe, Piotr saltó hacia la radio para comunicar a la base lo que estaba sucediendo, pero no obtuvo respuesta. Aleksandr, por su lado, se quedó paralizado por el miedo, mirando por la escotilla. Vio una vez más pasar a aquella cosa, se dirigía otra vez a la compuerta; llamó a Piotr para avisarle, pero Piotr no respondió. Entonces, Aleksandr dirigió su mirada hacia donde estaba la radio, Piotr ya no estaba. Rebuscó con la vista por toda la nave, pero no encontró ni rastro de su compañero.
Aleksandr se quedó mirando fijamente hacia la compuerta de la nave, paralizado. Aquellos golpes contra la escotilla se volvieron a escuchar, más fuertes que antes. De repente, aquella cosa comenzó, desde fuera, a girar la rueda con la que se abría la compuerta de la nave.