Imagen extraída de La Vanguardia

A sangre fría: Truman Capote y la primera novela «no ficticia» (I)

El autor que trataremos en este artículo no es nada más ni nada menos que Truman Capote, quien, nacido en Nueva Orleans, Estados Unidos, en el año 1924, dedicó su vida a la escritura, a la novela, al periodismo y a un sinfín de ámbitos más dentro del universo humanístico. En cuanto a sus logros, si bien es legítimo argüir que Capote fue un periodista de vanguardia (considerado, además, el padre del «nuevo periodismo»), destaca también por haberse convertido en un novelista de éxito, sobre todo, gracias a sus dos obras cumbre: Desayuno en Tiffany’s y A sangre fría.  Es por todo ello que en esta ocasión rememoramos la esencia de Truman Capote, quien, en sus palabras, se consideraba, entre muchos otros adjetivos, un genio («Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio»).

Truman Capote. Imagen extraída de El País.

No obstante, a pesar de todas las obras exitosas que Capote tiene en su haber, es A sangre fría, publicada en el año 1966, la que probablemente se traduzca en el mayor hito de la carrera de Capote y la que marcó un nuevo horizonte tanto en el territorio periodístico como novelístico. En cuanto a su temática, corría el año 1959 y el frío invierno azotaba la ciudad de Holcomb, Kansas. Sin embargo, ese año no solo el frío azotó dicha ciudad, sino que, además, un sentimiento de temor, aprensión y miedo se apoderó de sus ciudadanos tras el asesinato de cuatro miembros de la familia Clutter: los padres, Herbert y Bonnie, y sus hijos, Nancy y Kenyon. La noticia atrajo ipso facto la atención de Capote, quien, durante los cinco años próximos, trabajó codo con codo con el sheriff Alvin Dewey en una investigación que, según el mismo Capote afirmó, «nadie sabrá nunca lo que A sangre fría se llevó de mí; me chupó hasta la médula de los huesos». Su trabajo consistió en narrar la historia del crimen y, para ello, realizó un minucioso y concienzudo esfuerzo que acarreó reuniones y encuentros con la policía, con los habitantes del pueblo e incluso con los mismo perpetradores del crimen, Richard Eugene Dick Hickock y Perry Edward Smith.

Respecto a la trama, la historia de la obra no es demasiado original, ni mucho menos rompedora; es más, desde un punto de vista harto crítico, resulta incluso insulsa y trillada (unos criminales irrumpen en una casa y matan a toda una familia). Al fin y al cabo, es algo que, de manera inconsciente, se puede observar en el guion de numerosas películas o, incluso, en libros. De ahí que surja la siguiente pregunta: ¿por qué esta obra cambió el panorama periodístico y por qué obtuvo, además, un reconocimiento abismal? Pues todo se puede atribuir al carácter real de la obra, ya que no es sino en su intento de plasmar la realidad en el que Capote deposita todos sus esfuerzos para dotar a la obra de un toque pasmoso y sombrío; es decir, la obra se sirve en todo momento de la realidad (pues narra la crónica de un crimen real) para infundir un temor «racional» (temor a un suceso que literalmente puede ocurrirle a cualquiera). 

 

Truman Capote tenía la intención de dar un nuevo giro de tuerca con A sangre fría y, para ello, se propuso mezclar la ficción narrativa y el periodismo de investigación para lograr una novedosa concepción de la relación entre ficción y realidad, llamada «relato de no ficción».  Y es que, ¿cuántas veces hemos oído el típico comentario de que «la realidad siempre supera a la ficción»? Este caso tampoco es la excepción, por la razón de que Capote, a sabiendas de que encontramos lo real más estremecedor, no hace, a diferencia de infinidad de novelistas o directores de cine que abusan de este recurso, uso de elementos irreales como espectros, fantasmas o muertos vivientes (a los que ya, por cierto, estamos más que acostumbrados por estar trillados).

 

De hecho, ya que ha salido el tema a colación, resulta muy curioso observar cómo funciona el terror en el ser humano. En mi propia experiencia, si hubiera de realizar una taxonomía de los tipos de terror, los clasificaría en dos grupos: el primero de ellos sería el «terror placentero» y el segundo, «terror intrusivo». 

Respecto al primero, se corresponde con ese tipo de terror que buscamos y, en cierto modo, anhelamos, ya sea en una película, en un libro o, ¿por qué no?, en una atracción cuya temática sea el miedo (las casetas del terror son un buen ejemplo). Ahora bien, ¿por qué buscamos adrede y concienzudamente ese terror? ¿Acaso llevamos por bandera el masoquismo? La respuesta es sí y no, puesto que, a pesar de que la mayoría de las personas viven en ambientes seguros, en hogares donde reina la salvedad, lo cierto es que nos gusta (quizá por algún vestigio de nuestros ancestros más lejanos) sentir la sensación de estar ante el peligro para lograr un estímulo vital; la sensación de estar vivos y de defender nuestra vida. Pero, por supuesto, queremos tener una simulación de ello, no experimentarlo en nuestras carnes reales. Una de las características principales de este tipo de terror es su naturaleza efímera y temporal, pues es algo que hacemos para aliviarnos en un punto determinado, normalmente sin llegar a convertirse en hábito. De ahí que existan numerosos productos (libros, películas…) con esta temática, a fin de darnos un poco más de «vidilla» en momentos en los que la necesitamos.

En cuanto al segundo, se refiere a ese tipo de terror del que queremos alejarnos lo máximo posible y, como una de sus características principales, destacaría su durabilidad; es decir, su naturaleza perdurable. Este terror, además, se distingue del anterior por aparecer de forma inintencionada y silenciosa, puesto que un día no está, la semana siguiente tampoco, mas, de repente, un mes surge, sin un origen claro y con un final difuso. De hecho, puede manifestarse en forma de pensamiento, de idea o, también, por algún agente externo, como lo puede ser (tomando como referencia este artículo) el asesinato de una familia humilde cometido por dos expresidiarios cuyo principal móvil fue el dinero. En este caso, todo el pueblo de Holcomb, que contaba con un número de habitantes muy reducido, fue golpeado con un sentimiento de desazón, desconfianza, miedo, inseguridad y de un terror que no resultó ser precisamente efímero.

Por ello, Capote decide dedicarse en cuerpo y alma al desarrollo de esta novela no solo con el fin de demostrar que la realidad (relacionada con el «terror intrusivo») es lo que más tememos, sino para dejar constar también que la realidad puede brindarnos historias cautivadoras y capaces de dejarnos helados, incluso en mayor grado que los relatos ficticios. ¿Pero cómo supo realmente Truman Capote plasmar este tipo de terror en A sangre fría? Todo ello se lo debe a dos personajes sumamente peculiares y excéntricos (desde el punto de vista psicológico) que merecen ser analizados en todos los sentidos; pero eso lo dejaremos para la próxima parte de este artículo.

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