Rembrandt «The anatomy Lesson »

La tragedia poética

Lo llamo tragedia porque no hay otra manera de definirlo. No es un drama, no. Es una verdadera tragedia. Y es que, al igual que en las obras griegas, esta tiene un protagonista de gran importancia que, en este caso por fatalidad, y no por pasión, es llevado a la catástrofe. ¿Es acaso un castigo de los dioses? A saber. Tal vez los versos fueran demasiado mordaces y llegaron a ofender a la divinidad. Lo que sí está claro es que, si existe una solución, no parece haber interés en obtenerla. A día de hoy no he visto símil más acertado que aquel que compara los institutos con mataderos. Cada día entran uno o dos textos por aula: artículos, ensayos o poemas. Y cada día, con la minuciosidad de un cirujano novato, los colegiales toman su metafórico bisturí y se disponen a despiezar su presa. Este hecho en sí no tiene nada de malo, sin duda, una autopsia ayudará a comprender la anatomía del escrito. Sin embargo, los amantes del arte han de mostrarse horrorizados ante esta praxis, especialmente, cuando se aplica a la poesía. Y esto, para los no versados, deriva del hecho de que la poesía aun cuando es interesante por dentro, lo es aún más por fuera. ¿Por qué manchamos a nuestros infantes con la sangre de mil poemas, en vez de llevarlos a un etéreo campo donde los poemas vaguen en libertad, donde se muestren libres a fin de que los chiquillos puedan sentir en sus pieles el verdadero significado de la palabra poesía?

Un año de jumps y slams, y recitales, y poemarios, y baretos me han enseñado más de poesía que todos mis años de instituto. Antes la comprendía, pero ahora la siento. Leí a Miguel Hernández y a Espronceda; a Quevedo y a Lope, pero nunca pude sentir en mi pecho el estallido de pasión que arrancan sus versos en mi alma, pues estaba demasiado obcecado buscando sus figuras retóricas, despiezando el significado de cada verso a machetazos. Y, no lo voy a negar, si volví a los clásicos fue por Nach o KaseO. Tomé mis antiguos poemarios, que daba ya por vencidos, y, por fin, pude sentir su magia en mi piel, pude comprender el carnívoro cuchillo que Miguel Hernandez dibujaba con palabras, placer prohibido por un sistema educativo que vanagloria lo técnico a costa de repudiar lo artístico.

Pero no todo en esta vida es poesía buena. Y esto me lo demostraron mis noches de Aleatorio, donde pude saborear lo mejor y lo peor que trae mi generación, y las aledañas. Fue necesario escuchar muchos poemas vacuos para poder apreciar la trascendencia que esconden los clásicos. Porque de los clásicos solo queda lo bueno, pero tanto o más importante es lo malo; ya que, como suele decirse, no hay vida sin muerte, ni placer sin dolor. Y, del mismo modo, aquel que solo ha leido lo mejor que trae la historia de nuestro idioma, no es capaz de apreciar verdaderamente la belleza que sus versos encierran.

Realmente es una tragedia que, la que una vez fue uno de los pilares más grandes de la literatura haya quedado relegada al papel de entretenimiento barato, post cutre de Instagram o frase barata de Mr. Wonderful. Y bien es cierto que aún quedan grandes poetas en la calle, aún resuenan ecos de los clásicos entre la juventud, aún queda algo poesía entre canciones. Tal vez siento lo que los galeses llaman Hiraeth, nostalgia de algo que no llegó a existir; pero siento que aquel gran mito, que tantas llamas prendió, ha pasado a yacer entre cenizas ya apagadas, despreciadas por el mismo Prometeo. Sigue ahí, pero no es lo mismo.

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