A pesar de llevar ya un año escribiendo para una revista vinculada a la Facultad de Filología, no sé si muchos de los que me han leído saben que yo soy estudiante de Bellas Artes. Ya hablé, de una forma un poco escueta, de lo que supone la técnica para el arte contemporáneo (concretamente, de la técnica pictórica tradicional), pero enmarcada en un paradigma universitario prejuicioso en el que gobiernan los simplismos y los discursos vacíos como forma de justificación de las obras. Yo me vinculo a las tendencias figurativas (específicamente a las realistas o hiperrealistas). Y el de la técnica es un tema candente en mi círculo: ¿Para qué pintar imitando la fotografía? ¿Para qué pintar calcando el encaje? ¿Para qué pintar, directamente, pudiendo sacar la fotografía a un tamaño ampliado? Si bien, para la figuración española que experimenta con los límites que la técnica ofrece (Jaime Valero, Eloy Morales o Kike Meana son buenos ejemplos), esta supone un medio de expresión, no es un fin en sí mismo. Otros autores como Omar Ortiz trabajan un hiperrealismo vacío, cuyo máximo contenido a ofrecer a su público es una suerte de orgía de puntos negros, poros y pelitos más finos que la seda. Pero eso no es pintar.
La vista humana funciona de manera similar a una lente fotográfica y los realistas herederos, pretendiéndolo o no, de Antonio López, trabajan con las características de la vista humana: suponen las obras una forma de investigación acerca de las transiciones entre zonas y contrastes, contornos y desenfoques, (cuyo precursor fue Velázquez). Los contornos duros y delimitadores traen elementos al primer plano, nunca existen ni existirán los contornos perfectamente nítidos, y la calidad de las obras alcanza su nivel máximo cuando se comprende que el realismo reside más en la correcta colocación de los tonos que en el detalle en sí mismo. Las obras son entendidas como un proceso vivo, que cada sesión pide y tiene necesidades, totalmente distintas, a la fotografía que es usada, generalmente, como materia prima. Existen autores, como el propio Jaime Valero, que trabajan acerca de la relación entre la fotografía y la pintura. Jaime, por ejemplo, ha experimentado con la destrucción de esta barrera y juega con la idea de tener piezas pictóricas que compartan códigos fotográficos; y ha destrozado fotografías intentando que compartan códigos pictóricos, con unos resultados excelentes. Por norma general, el público medio suele felicitar al artista figurativo con expresiones del tipo «tu cuadro parece una foto», pero el interés del artista rara vez es ese, al menos, de forma primaria. Existen excelentes artistas que son «malos pintores», y existen pintores excelentes que nunca llegarán a la categoría adjetival de «artista» porque tienen poco mundo interior o poco que contar. Ocurre igual con otras categorías y disciplinas artísticas, como el canto: hay una cantidad ingente de buenos vocalistas con enormes registros pero que transmiten poco o nada. Esto es porque quizás sean muy buenos como gimnastas vocales, pero no son artistas, mientras que otros tienen mucho más que contarnos con una técnica imperfecta.
Con respecto a la enseñanza del arte, sí que creo que la técnica debe ser una parte fundamental, pero no debe ser la finalidad de una clase de dibujo. Existen academias enfocadas al estudio del arte clásico y su puesta en práctica del natural, pero se basan en una forma de adiestramiento matemático del ojo y que quedan lejos de entender el arte como lo entendían de verdad los clásicos. Poco o nada tiene que ver el Sight-Size con la pintura clásica. Contra el que piensa que calcar es hacer trampa, no hay mucho que decir. Si piensa eso, mejor no molestarse ni en ofrecerle ayuda. Pero he de remarcar que, de igual forma que la enseñanza del arte y su construcción sobre un único pilar técnico es un error, es igual de malo dejar la técnica de lado. Pero creo que hay algo, también, que es pertinente aclarar: sacarle el máximo partido a un pincel también consiste en sacarle las astillas al mango de madera. Porque la técnica es el manejo completo del material, y existen obras que, aun aparentemente vacías, son el resultado lógico de una evolución que puede, incluso, haber recorrido el camino de la búsqueda de la exaltación máxima de la técnica a la supresión completa de esta.