Entre muros de hormigón,
escucho el lamento, errático,
de una ciudad sorda.
Clava en mis pies
su fuego doctrinal,
deshaciendo los vestigios
de las malas costumbres.
La bestia recoge las gotas,
sedienta,
se ciegan los horizontes,
nubes de tiempo acompasado,
y como forastero sin complejos,
me dejo caer en su juego
de niños sordos
y rostros alados.