RECONSIDERANDO
Este artículo fue pensado, primeramente, como un prólogo. Dicho prólogo iba a encabezar el poemario Entre varios tiempos, del autor citado en el título, aún inédito. Lo escribí más como un homenaje a nuestra amistad que como un análisis riguroso de su poesía; por lo tanto, perdone el lector las pirotecnias verbales que en el principio del mismo se hallan, así como los deslices metaliterarios o corrupciones poéticas que en su discurso puedan observarse; y que, en una interpretación normal —esto es, despojada, racional, aséptica y minuciosa—, jamás hubiera perpetrado. Asimismo, me retracto de su vacuidad teórica y de su dualismo reduccionista: sepa el lector que en el momento de escritura de este prólogo reconvertido —que, al principio, iba a titularse Entre lo mítico y lo real como si, por algún azar superior, lo mítico no pudiese darse dentro de la realidad— tenía yo convicciones filosóficas y teórico-literarias con las que ahora no puedo sino disentir; no obstante, me parece que sería algo así como un engaño hacia ustedes y hacia el propio Israel que yo modificase las ideas que alguna vez vertí en esta pequeña glosilla. Por ello, me niego tajantemente a modificar cada uno de los contenidos aquí expresados; que no son más que el testimonio de una persona que, entre aquel diciembre y este instante, ha aprendido y mejorado en su oficio de interpretar la literatura. Dicho esto, me comprometo a analizar en un futuro —si Israel me lo permite— un texto suyo con el rigor y el tono exigidos a un estudiante de literatura; pues su poesía, realmente, es merecedora de ello.
Reciban mi agradecimiento por su atenta comprensión.
Vale.
ANTIGUO PRÓLOGO
¿Qué son esos dos mundos, esas dos tierras extrañas que envuelven nuestra carne y laceran lo invisible? Probablemente, nadie sepa qué sucesos increíbles acaecen en nuestras profundidades, pero hay personas que, aun desconociéndolos, saben notarlos, sentirlos y convivir pacientemente con ellos. Estos sucesos casi imperceptibles son los que pertenecen a esas dos tierras ignotas, alumbradas —con rigor y misterio— por el poeta que es, a la vez, compadre y enemigo del lenguaje.
En los versos de este poemario se entrelazan, de forma constante y frenética, dos mundos opuestos que laten al unísono: el mundo de lo real —de lo que es— y el mundo de lo ideal —de lo que debería ser. Lo que el poeta siente con júbilo, nostalgia y desgana es el desgaste generado por la fricción entre ambos. A lo largo de todos y cada uno de los versos, el lector —partícipe o no de dicha dualidad— notará que está ante el hermoso resultado de la incertidumbre, del abismo al que el yo poético es empujado por la aparición perpetua de dos tierras que ha de transitar.
Sumergiéndonos en el mundo de lo real observamos que diferentes conceptos se nos presentan como esenciales. En primer lugar, me gustaría destacar el importante papel que adquiere la ciudad —y todos sus elementos asociados— dentro de este conjunto. Para el yo poético de Israel, la ciudad (aceras, avenidas, alquitrán, etc…) representa la aparición de lo decadente, incluso, de lo deshumanizado y lo cruel. Por ejemplo, en el poema No soy nada leemos lo siguiente: «[…] eres luz en mil noches de trasiego y farolas». Aquí, aparte de la identificación del objeto poético con la «luz» bondadosa y cálida, observamos la presencia de las farolas y la noche, que nos remiten a un ambiente urbano que es espejo de lo indeseable, de lo frío —«llanto helador»— y lo impasible. Por otro lado, también es destacable, en este mundo de lo real, la presencia de la «protesta». Pero, ¿qué es la protesta?, ¿qué razón le lleva al poeta a sentir la necesidad de emitir un canto de reivindicación? Desde luego, esa fricción interna. Fricción que, al instante, provoca un estado de ensoñación inconformista en que el yo —teniendo como referencia el mundo de lo ideal— genera una serie de lamentos esperanzados desde la perspectiva de lo real. De nuevo, en este subapartado, la contraposición entre naturaleza y ciudad aparece en varias ocasiones. En el poema Canto salvaje la encontramos, incluso, de forma explícita: «una selva invadida / por ciudades que no nos representan». Lo impuesto, lo inhumano y lo injusto es expresado a través de la ciudad; lo humano, lo tierno y lo soñado a través de la selva.
Llegados a este punto debemos abordar esa otra tierra, ese otro mundo —a veces inhóspito, fértil y lleno de fantasía— que aparece en la poesía de Israel. Desde siempre, el autor de este poemario —es decir, el hombre detrás de estos versos— ha sido una persona propensa a la mitificación, a la visión de la realidad como el reflejo de un pasado mágico y hermoso. Yo, que he compartido mucho tiempo con él, aún recuerdo con inmensa nostalgia aquellas noches de cerveza y amistad, aquellas noches en que la realidad se veía desplazada para dar paso a un mundo imaginario y único. Aquellas conversaciones a la luz de la luna o a la luz de las velas —ya fuesen en El Santuario o en el Bosque de los Desvelos— supusieron para mí la entrada a lo desconocido, a lo insólito, a lo inexplicable; y desde luego, nada hubiera sido posible sin Israel y sin su capacidad de vivir en lo lejano. En el poema Sueño podemos apreciar de forma clara esta tendencia mitificadora que desemboca en ese mundo de lo ideal: «adormilado sobre los escombros / de efímeras musas de cristal / que con sus cantos de sirena / juegan conmigo»… La irrupción imprescindible tanto de las «sirenas» como de las «musas» y la intrínseca relación entre ambas nos remiten a un mundo idealizado que tiende a la destrucción, esta vez, expresado a través de elementos míticos clásicos. Asimismo, en Lluvia ácida son dos elementos de la mitología celta los protagonistas: Cernnunos —dios de la fertilidad— y Brigid —diosa del fuego y la inspiración, entre otros. Pero también, en la gama simbólica de Israel, hay espacio para la visión mitificadora exenta de cargas ancestrales: «Tú eres artista y arte, […] / eres mar, eres bosque, eres cielo». En estos versos, pertenecientes al ya citado No soy nada, existe una mitificación del objeto poético a través de elementos puramente naturales, exóticos o de esencia artística —porque el arte es tan natural como el mar o las estrellas. Hecho que, después, se repetirá en muchos otros versos y poemas configurando así un universo asociado al mundo de lo ideal, de lo asombroso y lo sublime…
Para concluir, me gustaría mencionar unos versos de Pessoa que me recuerdan a todo lo que entraña este libro: «Atraviesa este paisaje mi sueño de un puerto infinito / y el color de las flores se transparenta en las velas de grandes navíos…». Disfruten, pues, de los manjares ocultos de lo inexplorado.
El silencio en los cristales