Enrique II fue un desgraciado, pero también lo fue su mujer, Catalina de Médici. Desgraciada porque la consideraban fea, porque su marido no la amaba y por ser la segundona en la Corte de Francia; no era más que la joven esposa de un niño con traumas infantiles y que no aspiraba tan siquiera a ser rey de Francia. Tan solo era Catalina, Catherine para los franceses.
El único objetivo que tenía Catalina era darle hijos a su esposo para que así, si un mal augurio turbaba los planes del rey Francisco I, hubiese seres de la casa Valois que pudiesen seguir perpetuando el reinado. ¡Menuda desgraciada era Catalina! La pobre intentaba llevarse a su marido a la cama por activa y por pasiva, pero el joven Enrique ya tenía otras sábanas en las que dejar su olor, otra mujer a la que de verdad amar.
Sin embargo, ya se encargaría Catalina de cambiar su propio destino o, al menos, eso es lo que dicen las malas lenguas.
El Delfín Francisco era un hombre en aquella época, o un chico, como lo concebimos ahora, aficionado a los juegos de pelota, lo que en el siglo XXI llamamos tenis.
De hecho, fue al final de una partida cuando su vida dio un raquetazo (siento el mal juego de palabras) con tan solo 18 años.
Tras un arduo partido de tenis, el copero real, el Conde Raimondo de Montecuccoli, italiano tal y como su apellido indica, se dispuso a darle un vasito de agua para calmar los sofocos tras la partida. No solo terminaría con los sofocos de aquel momento, sino que también acabaría con su vida, ya que, supuestamente, la bebida llevaba veneno.
La Corte estaba sedienta de venganza y no querían agua, por lo que pudiera pasar, sino sangre. Fue entonces cuando el Conde decidió que huir de la monarquía y los que la rodeaban era una de las mejores ideas; no tardarían mucho en capturarlo, celebrar un juicio en el que saldría culpable y, posteriormente, torturarlo hasta causarle la muerte.
Es cierto que la autopsia demostró que en el cuerpo frío de aquel cadáver que una vez fue hijo, rehén y esposo y que nunca fue rey había indicios de arsénico. Lo que también es cierto es que las investigaciones a otros miembros de la Corte fueron escasas.
Poco después de la muerte de Montecuccoli se comenzó a hablar de la posibilidad de que hubiese sido Catalina de Médici la que hubiese envenenado al pobre Francisco. Además, la teoría que circulaba tenía un cierto sentido: desgraciada porque la consideraban fea, porque su marido no la amaba y por ser la segundona en la Corte de Francia; no era más que la joven esposa de un niño con traumas infantiles y que no aspiraba tan siquiera a ser rey de Francia. Tan solo era Catalina, Catherine para los franceses.
Ahora, con el envenenamiento de Francisco, ella estaría un poco menos a la sombra, pues su marido era, tras la trágica muerte de su hermano, el heredero al trono. Dejaría de ser la fea para convertirse en Su Majestad. Dejaría de ser Catalina de Médici, una pobre desgraciada, para ser Catherine, reine de la France.
Esta es una historia que las malas lenguas cuentan…Verídica o no, ¿quién sabe? Cierto es que Catalina se dedicó a envenenar durante su vida a todo aquel que estuviera en contra de su política como reina regente, pero nunca sabremos si fue capaz de envenenar a su cuñado por el mero hecho de sentarse en el sillón de la reina.