Venecia

Dicen que Venecia se hunde, que la está robando el mar. Cada pocos días la Plaza de San Marcos se inunda y los turistas alienados se hacen fotos junto al Palazzo Ducale andando sobre el agua. En ocasiones uno puede llegar a pensar que el universo y que el devenir la ha tomado con nosotros, que por alguna razón todas las fuerzas incontestables del cosmos se ponen de acuerdo para destacarnos, para obligarnos a ocupar un lugar central que pesa tanto puede hasta rompernos la espalda. Entonces todas las supersticiones humanas se concentran en un punto, como un tercer ojo en nuestra frente, que nos hace demasiado lúcidos, demasiado conscientes del actuar de cosas tan inmensas que no caben en las palabras y no pueden siquiera nombrarse. Pero si la dicotomía se reduce al olvido o al sufrimiento, yo sé que algo dentro de nosotros nos empujaría al dolor. ¿Es que prefieres la indiferencia de tu realidad? Pero también, ¿podrías decirla realmente tuya?

En Venecia, en esa amenaza constante de fragmentación de la realidad quieta y axiomática, algo se hace explícito como en pocos lugares del mundo: la liquidez propia de nuestro atomismo epistemológico. ¿Serías capaz de asumir la posibilidad de que vivan por ti? Aún hoy se habla de verdades, de certezas, de un Centro di gravitá permanente, aún se busca una posición desde la que construir este sujeto de relaciones interpuestas, de voliciones cuestionables y deseos que aparecen de un día para otro y que no dejan atrás ninguna estela. Los venecianos han tenido que acostumbrarse a que su mundo, el que pueden oler y tocar, el que saborean y respiran puede desaparecer y que en las grietas del mismo algo está dejándose constatar. La fragilidad, la superficialidad, el utilitarismo. La cotidianidad que distorsiona este Livre d´image que nos arrolla. En Venecia uno pude recordar que no somos propios a la indiferencia, que empujados por la irreductibilidad de cada frame que se presenta, nos demos cuenta o no, estamos tan implicados en nuestro existir, que nuestra propia existencia se descubre no ya como lo posible, si no como lo esencial, que estamos precisamente en el centro mismo de la existencia absoluta y que tenemos la responsabilidad, para con nosotros, de aprovecharnos, el imperativo de responder antes nosotros de lo que ocurre, de amar cada aliento de un tiempo que nos es finito. Es en ese darnos cuenta donde se nos escapa la vida. ¿Hace falta que el mundo se desmorone para recordar lo evidente?

Si digo que se ha olvidado es porque una vez se ha sabido. Y es que todos lo saben de una manera u otra. Que no es posible la resignación, que no estamos hechos para el olvido. Un olvido propio y nuestro hacia nosotros, un olvido de la discusión inagotable entre lo inacabable y lo que nunca se acabará. Si en la vida hay una lucha, esa es la del recuerdo.

Cuando alguien que de verdad necesita algo, lo encuentra, no es la casualidad quien lo procura, sino él mismo. Su propio deseo y su propia necesidad le conducen a ello.

HERMANN HESSE

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