Yo no soy nada. Me arrojo contra los límites de la existencia. En estos límites circulares y, por lo tanto, sagrados, hay una verticalidad alarmante que se representa mediante una cúpula. La cúpula de la palabra que designa lo que yo soy y su contrario premeditado —lo que no es— se formó del cambio de estado de la laguna Estigia: se dosificó en bloques de hielo esculpidos por el deseo de la inmortalidad y la eternidad, integrándose en ellos pepitas de litio que, como enredaderas que carecen de luz, crecieron y se extendieron, hasta acaparar todo reducto de alimento que se hallase en las memorias que antes se ahogaron en aquel patio de recreo por el cual Caronte discurría como por el Aqueronte, según Virgilio.
El primer motor inmóvil de estas fronteras es el Deseo, la pasión contra la que lucho con mi nueva Pasión para intentar fundir lo refractario que se manifiesta con inconformidad. Me lame los labios suavemente y yo debo abrirlos: mostrar la herida, la sangre; la pesada razón de mis tormentos que es tener que hablar de calamidades y no simplemente de hechos no fragmentarios. De fechas en las que no nací ni morí de ninguna y de diversas maneras.
Lamento mi inmortalidad como lamento mi nombre. Muero en cada uno de los fonemas que me pronuncian y me deforman, fragmentándome para caber en un oído. Me entrego a Dioniso porque es la única otredad que conozco. Me confundo en la otredad imperfecta que presupone la lucha entre el individuo y aquello que el individuo no es, mostrando que tan solo conozco aquellos contrarios que me cercan. Palpo las paredes de esta cúpula. Si se fundiera, todo lo olvidaría; cómo no hacerlo y cómo olvidarse de querer hacerlo. Cómo se deshizo Sísifo de la carga del absurdo si no fue al comenzar a asumirse como absurdo: una solución tan imperfecta que se aleja del contrario de perfección. Quizá haya que comenzar por ahí.
Amo a un vampiro porque este vive y no vive. Y se disuelve en el intermedio entre ambos hechos, existiendo en la caza del deseo que le cerca a coexistir humanamente. Me acuesto con Sísifo a la hora esperpéntica de las tres…
Tengo un ramo de camelias negras y perros que maúllan.
Cuadro: La laguna Estigia, de Félix Resurrección Hidalgo.