Destellos en el Jazz

Las notas frenéticas y aceleradas se mostraban en sí mismas aisladas, encerradas en la individualización solitaria de un devenir que las obligaba a llegar unas antes que otras. Pero era esa secuencia la que revelaba la razón de la que se desprendía la posibilidad única de manifestar algún tipo de verdad inteligible y humana. Todas estas notas juntas, que daban forma a la canción, trascendían a Django y se escapaban de él. Dejaban de ser suyas y se volvían contra él, contra todos los que estábamos allí, apropiándose de la volición que aparecía en la música. Los dos minutos y treinta segundos que duraba la canción se adueñaban del espacio, que entonces era intuido desde el lugar que la música había abierto. Este lugar era un sentir caótico y confuso que permitía una nueva comprensión de lo que acaecía. Participando de él nos habíamos envuelto de este sentido, que no era otro que demostrar la voluntad de un reencuentro antes de decirnos adiós.

Todas las promesas, debido a su carácter de proyectos, de pretensiones que solo pueden fundarse en algún supuesto, necesitan de un principio que fundamente este supuesto. ¿Cuál, si no se es adivino? Si no podemos tener experiencia del futuro, lo que esperemos de este solo puede entenderse a través de la experiencia pasada. Como nada puede asegurar que lo que haya pasado, y cómo haya pasado, vuelva a repetirse en la misma forma y modo, el único principio que puede sostener la promesa no es un principio, ni siquiera un conocimiento; este prometer se funda en la fe. La fe en poder cumplir con lo prometido o en la posibilidad de que la promesa efectivamente se cumpla. La fe así no es más que un esperar. En este sentido, tal verbo es uno de esos por los que el tiempo, al igual que en la secuencia de notas, transita ininterrumpidamente. Tener fe es otorgar al tiempo esa posibilidad y que, en su transitar, sea él quien nos permita conocer lo que solamente puede especularse. I´ll see you in my dreams es la promesa que nos devela la canción y de la que debemos esperar su cumplimiento, pues guarda esa posibilidad de manifestar aquel extraño tipo de verdad que es el amor. Y merecerá la pena este esperar si, en el lugar que Django Reinhardt nos ha regalado, aparece una ella que sea verdadera, que invada el sueño y lo justifique.  El músico gitano, satisfecho, ha vuelto para decirle a Stéphane Grappelli que tan solo le han hecho falta tres dedos para conseguir lo que otros ni siquiera pueden plantearse intentar: aprehender lo verdadero.

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