Imagen original de Nelson Hernández C.
Hoy me he despertado entre las sábanas revueltas del domingo y con los ojos vendados de sueño he buscado tu espalda desnuda, tu piel de nácar y seda. He sentido ese fuego tan tuyo que me abrazaba en las noches de lluvia, que me derretía en invierno y quebraba albores con un soplido de aire frío en verano. Mi mano jugaba a encontrarte bajo un manto de nieve, pero solo alcanzaba a tocar las ásperas sábanas de la soledad. Aún podía olerte en la almohada y tu calor seguía ahí, arropando como siempre mi noche y esperándome impaciente mientras los primeros rayos de luz se cuelan por la ventana y acarician tu sonrisa dormida. Y tú… tú ya no estás aquí
Siempre tuve miedo de que te marcharas. Cada vez que abría los ojos por la mañana y no te veía a mi lado, los volvía a cerrar para desear con todas mis fuerzas volver a verte aparecer por la puerta con tu vestido invisible y un café amargo. Te rezaba una y mil veces hasta escuchar la melodía de tus pies descalzos corriendo descompasados por el pasillo que te llevaba de vuelta a casa. Te habías convertido en mi primer despertar: el miedo de abrir los ojos y ver que del firmamento se habían marchado todas las estrellas. También te convertiste en mi segundo despertar: la alegría de saber que con una mano sujetabas bien fuerte mi tristeza y con la otra me acariciabas la mejilla para rogarnos un beso.
Y ahora que no te veo, que solo te siento, cierro los ojos de nuevo y te rezo. Me cubro la cara con la almohada y te pienso hasta que el dolor es más insoportable que el desconsuelo de no poder peinarte cada mañana con los dedos mientras duermes en la esquina derecha de la cama.
Cada amanecer me escondo entre las sábanas para imaginarnos en un mundo paralelo en el que vuelvo a recorrer con los labios el camino que te serpentea desde el cuello hasta el ombligo, guiándome con los lunares que te adornan la piel para no perderme. Te imagino retorciéndote y agarrotándote al recorrer las líneas perpendiculares que dibujan tus piernas hasta unirse en un único punto: tu locura. Dos almas desnudas unidas en una: pecho con pecho, mano con mano, piel con piel, calor, libido y ternura. Oigo tus gritos de pasión, tus llantos de dulce locura y te veo, juro que te veo. Veo que te vas y regresas, que gritas deseos y me susurras al oído que me quede y yo te grito en silencio que no me sueltes, pero te vuelves a ir cuando abro los ojos.
Miro en derredor y todo parece estar estancado entre el tiempo y el hueco vacío que has dejado en la cama. Las sábanas siguen revueltas, la taza de café en la cómoda, tu perfume decorando cada recoveco del dormitorio y las persianas subidas, ansiosas por que el amanecer se vuelva a colar por la ventana para jugar con las luces de tu cuerpo. Y tú no estás. Me soltaste la mano y dejaste de apretar bien fuerte mi tristeza. Te levantaste de la cama y te olvidaste de arroparme para no sentir el frío de tu ausencia y yo me quedé con el miedo de abrir los ojos y no volver a verte.