Desde dónde pensamos

Fotografía extraída de twitter @Enekohumor

Recuerdo el día en el que me di cuenta de que yo era efectivamente un varón blanco, europeo, perteneciente a una suerte de clase media acomodada, con todo lo que eso supone a la hora de pensarme, pensar la realidad que me rodea e introducir juicios de valor en ella.

La importancia de esta (aparente) obviedad es lo que trataré de explicar desde mi capacidad limitada y mi juventud. La importancia de saber desde dónde pensamos cuando pensamos.

En primer lugar, dejemos claro por qué es importante saber desde dónde pensamos. No se trata de ningún capricho teórico ni de una cuestión filosófica indescifrable. Es vital conocer desde dónde pensamos y actuamos con respecto a los demás porque no todos partimos del mismo lugar; las condiciones de nuestra existencia están impuestas, predeterminadas en el momento en el que nacemos. Nacer en Somalia o en Berlín condiciona nuestra existencia, porque existe desigualdad. Nacer hombre o mujer condiciona nuestra existencia, porque existe desigualdad. Si, como somalí, como berlinés, como hombre o como mujer no somos conscientes desde dónde pensamos, nuestra visión del mundo está sesgada. Debemos pensarnos en relación al resto con todas las consecuencias que ello conlleve.

Debemos darnos cuenta de que, por ejemplo, como hombres blancos europeos ocupamos un lugar muy concreto en la humanidad, que nos confiere una serie de privilegios (privilegios sobre las mujeres, los inmigrantes, etc.) que, a pesar de los grandes avances en materia de igualdad, siguen estando presentes en el día de hoy. Si no somos conscientes de esto seremos incapaces de iniciar el necesario proceso de bajada de la cúspide histórica, de la discriminación positiva que debemos apoyar para acercarnos a una sociedad igualitaria.

Como mujeres es esencial darnos cuenta de que vivimos en una sociedad machista y patriarcal a la que debemos arrancar las conquistas en materia de igualdad.

Como asalariados, es esencial darnos cuenta del sistema productivo del que formamos parte, lo que la tradición izquierdista ha llamado «conciencia de clase», del lugar que ocupamos en el mismo y de cómo repercute esto en nuestro bienestar.

Como «pueblo», debemos, en definitiva, ser capaces de despertar acerca de nuestra propia condición y no seguir ciegamente alimentando el fuego de nuestra propia perdición.

Debemos, por último, dar constancia como «seres humanos» de la naturaleza con la que, en palabras de la antropóloga Yayo Herrero, «interactuamos y de la que obtenemos todo lo necesario para mantenernos vivos y vivas».

Esta realidad desigual no se corresponde con la igualdad de facto que existe entre todos los seres humanos. Nadie debería, por el hecho de nacer hombre, mujer, somalí, berlinés, de Vallecas o del barrio de Salamanca, ser inferior o superior a nadie, porque esa superioridad o inferioridad no se sostiene por medio de ningún argumento.

En conclusión, ya pertenezcamos a cualquiera de los grupos mencionados anteriormente o a cualquier otro, debemos ser capaces de tomar conciencia, primeramente, del lugar que ocupamos con respecto a los demás para después, guiados por la meta irrenunciable de la igualdad, trabajar dentro de nuestras posibilidades por un mundo más justo.

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