La última columna la dediqué a una obra de Buero Vallejo donde una pequeña brigada debía salvar un Greco que estaba en un pueblo de Toledo. Pues, como si de un hilo se tirara, la vida me ha llevado hasta Goya, Alberti y su noche de guerra en el museo del Prado.
No es una americanada donde los figurantes interactúan con los auxiliares de sala como la comedia protagonizada por Ben Stiller, pero sí es una noche de guerra en noviembre de 1936 con tantas alegorías y dobles sentidos que es capaz de volver loco a un censor franquista.
La obra cuenta con un único acto que evoca dos tiempos; uno, en pleno bombardeo del museo en noviembre de 1936. Dos, la Guerra de la Independencia. El único acto se debe a que el bombardeo más duro se efectuó el 16 de noviembre de 1936, lo que llevó al gobierno de la República a evacuar las obras de primera clase.
No me gusta clasificar las obras en primeras clases o mejores y peores, como si estuviéramos hablando de un Mercedes, pero es que un Goya es un Goya. Entre las obras que se llevaron estaban las Meninas, los Fusilamientos del 3 de mayo o el retrato de Carlos V en Mühlberg. Como decimos, estos cuadros primero pasaron la noche en el sótano y al día siguiente emprendieron un world tour que los llevó incluso a Ginebra, donde llegaron a ser expuestos antes de ser devueltos en el 39.
La obra fue escrita en el exilio argentino del autor del Puerto, por lo que la podemos encuadrar en un teatro político, pero sin la urgencia y la necesidad del momento, como podía ser el de Miguel Hernández, por ejemplo. La obra está macerada con versos del poemario A la pintura y con continuas referencias a grabados de Goya. Hasta aquí la miel en los labios; a partir de ahora, el vínculo Guerra de la Independencia (en adelante G.I) – Guerra Civil (en adelante G.C).
Junto con los Episodios galdosianos, que no son coetáneos de la época, Goya es el principal cronista de la G.I. Goya la vivió, la sufrió y nos la relató a través de sus Caprichos, Desastres, Disparates y otras superproducciones.
Las asociaciones y paralelismos son contextuales, sobre todo. El enemigo invasor extranjero sin duda es Napoleón en relación a Hitler y Mussolini. La cabeza culpable de la situación es el Príncipe de la Paz, también llamado Generalísimo, que no es otro que Manuel Godoy en asociación clarísima a Franco. De hecho, a Franco se le llamaba así, Generalísimo. Es más, ya no solo nominativamente, sino que ambos permitieron la entrada, el saqueo y la perfidia de la tierra española. La tierra española que es defendida por los milicianos en el 36 y en 1808. La asociación aquí viene dada por la batalla del Cuartel de la montaña y por la batalla de la Puerta del Sol (si es que a ambas se les puede llamar batallas). El pueblo, que en un caso luchaba por la libertad e independencia y, en el otro, por la cultura como sinónimo de libertad. Tanta importancia tenía para la República el arte que Azaña llegó a decir que era más importante salvar el Patrimonio que el propio gobierno. Por otro lado, el gobierno de la República siempre intentó internacionalizar el conflicto, como pasó en la G.I. Las razones para esto son obvias (Comité de no intervención, el no respeto del mismo por Alemania e Italia y el no pensar que la G.C fue un preludio de la IIG.M).
Tan presente estuvo en el Prado la vida y obra de Alberti que María Teresa León, su mujer, fue la encargada de supervisar y velar por el traslado de las obras. Y por cierto, ¿sabéis quién también arrimó el hombro aquella noche? En efecto… Buero Vallejo.