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La inmortalidad kunderiana nace de la espera. El propio escritor se sumerge en su obra para expresar desde la misma un hallazgo inesperado: un acontecimiento de escasa importancia para sus registros biográficos tiene lugar mientras este espera a su amigo, el profesor Avenarius. El noble gesto de despedida de una mujer de mediana edad hacia su instructor de natación enternece a Kundera quien, al igual que Proust realiza con su magdalena, disfruta de este hecho durante un elevado número de páginas, dándole a su protagonista un nombre concreto cuyos ecos resonarán sobre la trama principal del libro de manera notoria.
La novela, dividida en siete partes con cuantiosas subdivisiones en su estructura interna, muestra a la casualidad como un elemento determinante para ejemplificar de una manera efectiva cada uno de los dilemas que plantea, dando lugar a un pensamiento inagotable, como es el de identificar la temática principal (un asunto tan noble, recurrente, eternizante e incomprensible como lo es la inmortalidad para el ser humano), con las numerosas subtemáticas retratadas, destacando entre estas la comprensión sociológica de la necesidad de sentirse diferente a los demás ejemplares de la especie humana y la exploración de la emocionalidad misma.
Así pues, la inmortalidad se nos muestra no desde Rubens, quien recibe el apodo el pintor y se identifica a sí mismo con el artista para poder hablar libremente de la prevalencia de la imagen y la eternidad cíclica que se manifiesta en sus relaciones sexuales con cada una de sus amantes.
No es tampoco Goethe meritorio de esta inmortalidad por sí mismo –personaje de vital importancia en la obra-, sino por la leyenda construida por la propia Bettina de von Arnim, supuesta amante del ilustre escritor, quien en un súbito deseo de permanencia no halló reparo alguno en modificar las cartas que hubo recibido de Goethe tras su muerte. El mismo, fuera del plano terrenal, entabla conversación con otro escritor al que no le alcanza el olvido: Hemingway, para llegar a la conclusión de que ambos desearon lo que ahora contemplan con hastío. Este diálogo es, sin embargo, de menor relevancia que Bettina, quien parece ser contemplada por el autor como el móvil principal de la inmortalidad de Goethe, sin mencionarse una sola línea sobre su Fausto.
El personaje de Bettina es, a su vez, la ejemplificación ideal de otra de las subtemáticas de mayor importancia en la obra: la relación del romanticismo decimonónico con el homo sentimentalis, un concepto que explica la socióloga y escritora Eva Illouz en sus obras hallando sus inicios en la dinámica histórica tras la que subyace constantemente una cultura emocional que culmina con la llegada del capitalismo, que trae consigo la política del “si quiero, puedo”, el couching empresarial y la continua manifestación, en definitiva, del yo interno de una manera pública. Este término pierde su reivindicación política para el autor, quien clama su existencia desde la propia cultura de la emocionalidad sin hacer referencias a su relación con la dinámica empresarial.
(…)“El homo sentimentalis no puede ser definido como un hombre que siente (porque todos sentimos), sino como un hombre que ha hecho un valor del sentimiento. A partir del momento en que el sentimiento se considera un valor, todo el mundo quiere sentir; y como a todos nos gusta jactarnos de nuestros valores, tenemos tendencia a mostrar nuestros sentimientos.”
(…)“Es parte de la definición de sentimiento el que nazca en nosotros sin la intervención de nuestra voluntad. En cuanto queremos sentir (…) el sentimiento ya no es sentimiento, sino imitación del sentimiento, su exhibición. Al cual suele denominarse histeria. Por eso el homo sentimentalis (es decir el hombre que ha hecho del sentimiento un valor) es en realidad lo mismo que el homo hystericus¨
Así pues, Bettina jamás amaría a Goethe, puesto que es al propio anhelo de amar aquel al que se somete, mostrando su voluntad absoluta no tan sólo de sentir, sino también de recibir ese sentimiento de una forma concreta que, como correspondería a este amor fingido podría ser también fingida sin problema alguno, llevándole a manipular las cartas.
Bettina es una ejemplificación del homo hystericus.
Esta misma condición puede observarse en el personaje de Laura, quien, protagonizando junto con su hermana otra de las subtramas del libro, es una oposición de la misma. Las dos, representadas por la actuación de Dalí y Gala frente a una situación ficticia, son definidas como la suma y la resta de lo corpóreo en su ser, tal y como puede observarse en el siguiente párrafo:
(…)”En nuestro mundo, en el que hay cada vez más rostros cada vez más parecidos, es difícil para una persona confirmar la originalidad de su yo y convencerse a sí misma de su irrepetible unicidad. Hay dos métodos para cultivar la unicidad del yo: el método de la suma y el método de la resta. Agnes le resta a su yo todo lo que es externo y prestado, para aproximarse así a su pura esencia (el riesgo consiste en que al final de cada resta acecha el cero). El método de Laura es precisamente el contrario: para que su yo sea más visible, más aprehensible, más voluminoso, le añade cada vez más y más atributos y procura identificarse con ellos (con el riesgo de que bajo los atributos sumados se pierda la esencia del yo).”
Laura, caprichosa, indecisa e intensa es una fingidora experta que configura la nueva visión del homo hystericus de Bettina. Su búsqueda de protagonismo y sus amenazas constantes de suicidio son un ejemplo de los restos del ideal decimonónico.
Frente al empirismo de Laura, Agnes se expresa mediante su incorporeidad, buscando la sencillez y la sobriedad de lo mental considerando las manifestaciones corpóreas que Laura encuentra como esenciales, absurdas.
Es por lo tanto fácilmente comprensible su opuesta posición frente a la búsqueda de la inmortalidad.
(…)“-¡Agnes! ¡No hay más que una vida! ¡Tienes que darle un contenido! ¡Queremos dejar alguna huella!
-¿Dejar alguna huella?- dijo Agnes con una sonrisa llena de escepticismo.”
En el punto medio entre esta contrareidad se encuentran tres personajes diferentes:
Por una parte, se encuentra el propio Paul, mostrando la atracción que suscita sobre el hombre medio, cuyas características no se ciñen a ninguno de estos dos extremos, el ideal romántico y ejerciendo el papel de hilo conductor entre la emocionalidad de las hermanas. Una atracción por la que no se decanta en un principio, eligiendo a Agnes por su estabilidad y búsqueda de un equilibrio constante en un amor finito que no exige sacrificios.
Dentro de esta relación, Agnes muestra cuan dependiente es nuestro concepto de amor de este ideal decimonónico al cuestionarse si su relación con Paul es real o es simplemente una costumbre adquirida de la que no quiere deshacerse por lo costoso del desprendimiento en sí, ya que la misma carece de las ostentosas observaciones que hace su hermana Laura del amor. Sus aspiraciones se orientan hacia el silencio infinito de una vivienda en los Alpes, y decide que en otra vida preferiría no haberle conocido para disfrutar de una vida ascética. Así pues, a lo largo del capítulo noveno de la primera parte titulada “El rostro”, Agnes emociona al lector con el planteamiento de su duda continua: Posee, y cito textualmente, una postura de insolidaridad con la humanidad, por lo que no deja de preguntarse “¿Y Paul?”
Posteriormente y tras el enfrentamiento entre sendas hermanas y la pérdida de Agnes, Paul establece una relación con Laura, doblegándose ante el concepto del amor de esta, quien le exige lo absoluto de su ser. Debido a esto, Paul comienza a fingir, desarrollando ciertas características del homo hystericus.
(…)“La lágrima en el ojo de Laura era una lágrima debida a la emoción que sentía Laura al ver a Laura decidida a sacrificar toda su vida para permanecer junto al marido de su hermana muerta.
La lágrima en el ojo de Paul era una lágrima debida a la emoción que sentía Paul ante la fidelidad de Paul, que no podía vivir con ninguna otra mujer que no fuese aquella que era la sombra de su mujer muerta, su imitación, su hermana.
Y luego un día se acostaron juntos en la ancha cama y la lágrima (la misericordia de la lágrima) hizo que no tuvieran la menor sensación de estar traicionando a la muerta.”
Los otros dos personajes que muestran abiertamiente su concepción de estos ideales de vida y amor son Avenarius, alter ego de Kundera, y el propio Kundera. Siendo Avenarius quien lleva la voz cantante en esta relación amistosa, relegando a Kundera a un papel de mero observador que está aún más alejado de las dos hermanas de lo que puede estarlo Avenarius, quien conoce y disfruta de los encantos de Laura.
(…) ”-Esta es Laura: la cabeza llena de sueños mira hacia el cielo. Y el cuerpo es atraído hacia la tierra: su trasero y sus pechos, también considerablemente pesados, miran hacia abajo.
-Es curioso –dije y dibujé junto al dibujo de Avenarius el mío: (…)
-Su hermana Agnes: el cuerpo se eleva como una llama. En cambio, la cabeza está siempre ligeramente gacha: una cabeza escéptica que mira hacia el suelo.
-Prefiero a Laura –dijo Avenarius con firmeza y añadió-: Pero lo mejor de todo es correr por la noche.”
Avenarius, huidizo de sus afirmaciones, manifiesta una peculiar concepción de la vida, considerándola un juego continuo. Su rebeldía de inclinaciones matemáticas, logísticas y políticas le llevan a entregar un diploma de “asno total” al hijo del político al que quería agasajar con tal nomenclatura.
(…)”-A este tipo de casualidades se le podría llamar morbosas –dije-. Pero no consigo saber en qué categoría incluir la casualidad que hizo que Bernard Bertrand recibiera el diploma de asno total.
Avenarius dijo con toda autoridad:
-Bernard Bertrand recibió el diploma de asno total porque es un asno total. No se trataba de una casualidad. Era una necesidad absoluta. Ni siquiera las férreas leyes de la historia, de las que habla Marx, son una necesidad de mayor rango que este diploma.”
Si bien Avenarius aprovecha su tiempo libre para pinchar neumáticos ajenos con un cuchillo que siempre porta disfrutando de la adrenalina, también disfruta de su propio desengaño hacia todas las convenciones que adoptó en un pasado sin dejar de hacer uso de ella en sus discursos, como si estuviese siempre al borde de constreñirse en varios ideales en concreto. Esto le hace complacerse, no sólo de los homo hystericus, sino también de todo aquel que exagere una versión de sí mismo, puesto que las relaciones interpersonales con este tipo de ideales confiere una gran posibilidad de una vida más dinámica y plagada de casualidades.
Este personaje se manifiesta como aquel yo de Kundera implicado más profundamente con sus libros, pues muestra una predilección por el dinamismo que construye la filosofía de la casualidad kunderiana, aquella que enlaza, tal y como se menciona al principio de este análisis, cada una de las subtramas y subtemáticas con la inmortalidad y explica acontecimientos severos sin ningún tipo de carga emocional, lo cual demuestra que si bien Avenarius o Kundera hallan cierta predilección por el ideal romántico de la Laura pianista que encuentra la emocionalidad absoluta en las obras de Mahler frente a una Agnes amante del silencio, en realidad piensan que el mundo no se rige por la emocionalidad sino por esta casualidad inherente.
Continuará…