El Sol se va apagando en la tristeza
mientras nado en un vasto mar vacío
―plano, llano, tranquilo, fin de río―,
en el cual se va hundiendo mi cabeza.
Noche llega muda y sutil vileza
en sus palabras brama: tú eres mío.
Y con lágrimas de rocío frío
la veo ahogándome con fiereza.
Y ella con húmedas manos se marcha,
pruebas de homicidio parricida,
abandonando mi cuerpo hecho escarcha.
La luz surge de nuevo renacida,
atravesándome en su lanza carcha.
Golpe gracia. Así, el fin de mi vida.