La doble atadura de la fotografía
Mientras escribo estas líneas, Madrid llueve contra mi ventana y suena Bad Bunny.
Coger una cámara y realizar un acto fotográfico puede implicar, básicamente, dos posibilidades:
1) Sabes lo que haces y, de forma intencionada, encuadras un espacio y un tiempo de la realidad en la superficie sensible de tu cámara. De esta forma conformas un universo visual significativo.
2) No sabes lo que haces y capturas momentos espacio-temporales pseudoaleatorios. Eres sustituible por la cámara de grabación de un banco.
Dicho lo anterior, si te gusta la fotografía, tienes un problema. El mundo de los grandes fotógrafos se agosta en la decadencia de su imperio mientras es invadido por los bárbaros de la manzana. Día tras día, medios de comunicación despiden a sus fotoperiodistas porque, a fin de cuentas, las noticias son consumidas como si fueran comida rápida, y en Facebook con que se vea al político en cuestión, o más o menos se aprecie qué sucede, vale.
Pero yo, aquí, no vengo a hablar de fotoperiodistas cartierbressonianos llorones porque no pueden capturar el momento decisivo que les lleve a primera plana. Yo aquí vengo a hablar de fotografía como arte… Y el asunto está incluso más jodido.
Como ya he adelantado, las posibilidades se reducen, básicamente, a dos: o bien te crees los preceptos vanguardistas de la automatización y el subconsciente o bien adoptas preceptos clasicistas y confías en el conocimiento del medio fotográfico y el trabajo, digamos, artesano. Procedamos a desmenuzar esto.
Si te crees la automatización tienes las de perder. Dime, artista, qué te diferencia de cien paletos con móviles si lo apuestas todo a la automatización. Dime, fotógrafo, qué tiene el fruto de tu subconsciente que no tengan las fotos tiradas por un hombre ciego en su paseo matutino. Sí, serás muy productivo, pero, a fin de cuentas, estarás llenando tu portafolio como las palomitas llenan su bolsa en el microondas: con mierda grasa.
Por otra parte, podrías verte tentado de aprender de los grandes. De conocer la obra de pintores ilustres, de ver las fotografías que marcaron su época, de leer algún tratado de estética o de semiótica. Podrás dejarte las pestañas leyendo, pero tengo la impresión de que tus fotos serán como semillas en un campo estéril: a nadie le importará lo que tengas que decir. Escupiendo para arriba tendrás ARCO y demás galerías satélite (suerte con ellos, amigo) y escupiendo para abajo tendrás a una masa de público insensibilizado por la avalancha de estímulos visuales que el capitalismo vomita sobre ellos. En cualquiera de los casos te acertarás en el ojo.
En esto pienso mientras llueve en Madrid y Bad Bunny me diluye el cerebro.