Darío Adanti (Buenos Aires, 1971), ilustrador, humorista y parte del consejo editorial de la revista Mongolia, publica, a principios de este año, Disparen al humorista (ed. Astiberri), un cómic que se encuentra a caballo entre la filosofía y el humor, que él mismo define como “un tratado filosófico sobre el humor contado de manera humorística”. Con motivo de esta publicación, de la actividad propia de Mongolia y el interés por el propio Darío, le proponemos una entrevista a la cual él accede de manera cordial y hasta con ilusión, lo cual nos halaga, por supuesto.
Darío llega al Espacio Quoncor con unos minutos de retraso respecto a la hora fijada —estos artistas…—, en una de esas treguas que la lluvia nos ofrece. Bromeamos, debido al sofá que nos presta el espacio para realizar la entrevista, diciendo que nos va a quedar una entrevista muy a lo Risto (Dios nos libre). Bebemos cerveza y comemos palomitas mientras hablamos de la Argentina de su infancia, del peronismo, de la dictadura de Videla… y comenzamos.
¿Cómo fue tu infancia en esa Argentina?

Fue muy rara, porque, cuando vives ahí, parece que eso es lo normal porque todo el mundo vive así. Mi padre, por ejemplo, escondía libros de escritores marxistas —no porque fuese tradicionalmente de izquierdas, sino porque le gustaban la filosofía, la economía, etc. — y, cuando llegaba la dictadura [de Videla], los guardaba en armarios, cajas de zapatos… Además, estábamos de alquiler en casa de un clandestino. Incluso tuvimos tres incursiones militares en casa. Por un lado, eso. Y, por el otro, mi padre trabajaba vendiendo Coca-Cola y fue ascendiendo porque era de los pocos que sabían usar ordenadores en esa época. Y, obviamente, como la Coca-Cola era un producto, digamos, del imperialismo, les ponían custodia, por si les hacían atentados. Entonces, era curioso porque teníamos incursiones militares y custodia. Era todo muy opresivo, sórdido y extraño. Y yo, en mi casa, vivía como en una burbuja, porque mi madre sacaba la enciclopedia y me explicaba cosas fuera de la doctrina del régimen.
Lo que hay que aceptar, al fin y al cabo, es que sin apoyo popular, una dictadura no tendría sentido. Y las dictaduras existen porque reciben el apoyo de las clases medias.
Después viviste a caballo entre Barcelona y Nueva York, ¿no?
En realidad, me vine a Barcelona y dejé mis cosas allí y me fui a hacer “el sueño americano”. Publiqué cuatro viñetas en The New York Times —que todavía lo pongo en el curriculum—, MTV Latino y Nickelodeon.
Entrando ya en los terrenos del humor, intentaré no preguntarte sobre los límites del humor, que, en tu libro, dices que no quieres que te pregunten sobre eso…
No, no. Me lo ha dicho mucha gente. A lo que me refiero es que, en las tertulias, pretenden hablar de los límites del humor sin preguntarse qué es el humor, con un solo humorista, con gente que no ha ido nunca a ver un espectáculo de humor…
Ya que lo dices, ¿qué es el humor?
Bueno, el humor son muchas cosas, en general. Hay algo que dice Henri Bergson —filósofo, Premio Nobel de Literatura— en su libro La risa —de lo poco que hay sobre filosofía de la comicidad. Dice que intentar definir la comicidad es como intentar meter una pastilla de jabón en el mar, que, cada vez que la intentas definir y concretar, se te escapa más. Hay algo también de un sociólogo, cuyo nombre no recuerdo, que dice que no hay pueblo en toda la Tierra que no tenga humor. Por tanto, es universal, pero, a la vez, muy relativo, porque cada pueblo se ríe de cosas distintas. Es más, dentro de cada pueblo, cada grupo social se ríe de cosas diferentes. Y, dentro de cada grupo social, cada grupúsculo (parejas, amigos…) también se ríe de cosas diferentes.
A nivel más amplio, todo empieza con la risa. Los monos también se ríen, pero por cosas más básicas. Todo empieza por expresar un placer determinado. Ese placer nos hace segregar dopamina en el cerebro y eso nos provoca la risa. Y la risa es contagiosa, igual que el bostezo es contagioso, porque es la manera de ponernos en sintonía con la manada. Es algo muy profundo y, si quieres, muy arcaico.
Por eso estoy en contra de la censura con los chistes, por dos razones. Por un lado, porque se empieza prohibiendo eso y luego van otras cosas. Y, por otro, porque, cuanto más se prohíbe algo, de una manera muy simple también en el cerebro, más risa te va a hacer. La risa no es subversiva porque sea un chiste de izquierdas, revolucionario… aunque sea un chiste con un fondo asqueroso, segregarás dopamina y, cuanto más te lo prohíban, más te reirás.
Entonces, el humor es todo eso y, a la vez, un género de ficción. Por lo tanto, no debe tener límites como no lo tienen el drama ni la épica. ¿En nuestra vida diaria tiene que tener límites el humor? Claro, pero no sólo el humor, sino todo.

Respecto a la censura, en tu libro, dices que el humor es como el pájaro que se mete en la mina para indicar el nivel de oxígeno que hay (si muere el pájaro, hay que salir de ahí). El humor es como ese pájaro para con la censura, dices. Pero la censura también se da en otros ámbitos…
Pero se da menos. Por ejemplo, para censurar una información, tienes que cargarte la Constitución, el Código Penal… Pero el humor es muy sencillo de reprimir debido a leyes, para mí, antidemocráticas, que tenemos en España, como, por ejemplo, el derecho al honor. ¿Qué es el honor? ¿Y cómo se mide? Porque un desahucio, para mí, es una falta de honor. ¿El concepto de honor no ha cambiado desde el siglo XIX? Pero, con el humor, no puedes defenderte legalmente porque no es real lo que has dicho. Pasa igual con las ofensas a los sentimientos religiosos: ¿cómo valoramos un sentimiento?, ¿o por qué tenemos que castigar las ofensas a los sentimientos religiosos y no a los sentimientos científicos?
Pero, bueno, en definitiva, no van contra el humor; lo que les molesta es el humor que representa cierta disidencia.
En Mongolia, os definís como una revista satírica sin mensaje alguno. ¿Cuál es la diferencia entre humor y sátira?
Realmente, la sátira es parte del humor. La sátira es la hermana moral —en el buen sentido— del humor. Sirve para hacer una crítica a lo que está pasando. Es como la hermana política. Con lo cual, la función del humor es divertir. La de la sátira es la crítica, desde el humor, pero no siempre tiene que ser divertida.
Tú dices que hasta el chiste más burdo es un acto de inteligencia. Por lo tanto, el humor se tiene que considerar un arte. Pero considero que hay una creencia en la gente de que el humor, por el hecho de reírse, no es un acto intelectual, no se toma de forma seria…
Sí. Es un acto intelectual, completamente. Si no entendieras la paradoja que encierra un chiste, no te reirías ni dirías “qué malo”. Porque, cuando dices “qué malo”, por lo menos, entiendes la estructura, aunque te pueda parecer obvia. Y es muy curioso porque la comedia es el género más visto, consumido y apreciado. Sin embargo, es el que menos prestigio da.

No obstante, creemos que el drama —creo que por cultura judeocristiana, porque la risa era pecado, como se ve en Umberto Eco— tiene más prestigio. Pero hacer llorar es más fácil. Yo te hago una película, te pongo unos violines y un protagonista enternecedor que tiene ocho años, viene uno, se lo carga y te pones a llorar.
Tienes una teoría muy interesante que es la del humor involuntario.
Sí. Hay distintos tipos de humor. Está el humorismo, que es el humor que tú haces para hacer reír, para hacer comedia. Pero, luego, hay un tipo de humor que se da en la vida diaria y, claro, con personalidades políticas, públicas… que es el humor involuntario. Y es que suceden cosas sin que el que las está haciendo se dé cuenta de que están siendo graciosas. En la historieta cuento un ejemplo concreto, que es cuando, en Televisión Española, durante un atentado en París, decidieron poner imágenes que pensaban que pertenecían a un grupo terrorista, que era Al-Qaeda Ink, que no sólo no era el grupo terrorista —no era Al-Qaeda, sino Daesh—, sino que ese logo no era de Al-Qaeda; era de un grupo de reggaetón que se llama Al-Qaeda Ink, cuyo logo era el escudo de los rebeldes de Star Wars. Era un chiste cuando no habían pasado ni diez segundos del atentado.
Tendemos al caos, a la entropía. Y ese caos es lo que nos lleva, a veces, a la risa. Y esa entropía, a veces, la buscas y, otras veces, te explota en la cara.
Esta entrevista se publicará en dos partes. El miércoles, saldrá la segunda.