Síndrome Quijano

Todo buen lector está abocado a estar loco. En su día ya hablé de la importancia de la lectura y a lo que estaríamos destinados de modo inexorable si no se le daba el valor que merecía: ser una sociedad a mil por hora de muertos vivientes. Mas hoy me concentraré en aquellos que le dan sentido a la escritura: los lectores.

Y es que cuando visitamos una librería, una biblioteca o cualquier santuario de susurrantes historias anhelantes de ser oídas, a veces, sin ni siquiera darnos cuenta, nos preguntamos: ¿quién los leerá? A su vez, cuando nos topamos con personas que nos aportan alegría, admiración, buenos ratos y sabiduría, nos preguntamos: ¿qué leerá? Y al final, libros y personas se encuentran. El libro perfecto se tropieza con la perfecta persona. Ciertamente, son muchos aquéllos que nos hacen aprender y nos marcan, pero sin lugar a dudas, hay unos que fundamentalmente dejan una tierna huella indeleble en ese sitio especial donde somos nosotros mismos. Como si fuésemos el ingenioso Alonso Quijano o la inconformista Emma Bovary, cogemos esas ficciones, cosemos un traje con ellas y nos revestimos de una nueva forma de vivir: un admirado y honrado caballero andante o una moderna y aventura mujer resuelta y decidida.

Cada cual tiene su vestido. Unos optan por presentarse como Jane Eyre, una inocente, noble y, al mismo tiempo, valiente y sincera muchacha que lejos de resignarse a lo que la sociedad le imponía, no pierde oportunidad en embarcarse en un viaje en busca del fin del horizonte de sí misma, sin perder nunca la coherencia por sus ideales ni por clasismo, ni por dinero, ni por conveniencia y, ni siquiera, por amor.

Hay quien cree que su tarjeta de presentación sería una despierta chiquilla escondida en el ático de un piso oculto de Holanda, consciente de que hay que dejar constancia del horror que domina el mundo tras la estantería que encubre su escondrijo. Soñadora, esperanzada, lista y aún inocente, narra sus vivencias y su creciente madurez en Kitty, un diario que marcaría de dramática humanidad la mayor guerra que ha sobrevivido nuestro mundo.

Otros optan por un tal don Pablos, desdichado personaje asediado por una realidad en la que la justicia y la bondad se pierden en la bruma de la avaricia y la malicia, obligado a tener que hacer uso de su astucia e ingenio para sobrevivir, pervirtiendo así su alma pícara y convirtiéndose en un trágico estratega que quiere vivir mejor, pero sin cambiar sus costumbres.

Algunos prefieren fantásticas aventuras en las que la lucha con monstruosos enemigos, feroces dragones y oscuros villanos no empequeñecen la valentía de un pequeño Hobbit que abandonó su cómodo hogar alentado por un mago de grises vestiduras y su propio impulso de improvisado viajero.

En fin, si es que al final da igual qué historia llevemos en la estantería de nuestro interior, porque algo se repite, y es la aventura. Da igual si es un pequeño ático o una vasta Tierra Media por donde trascurre nuestra travesía, gracia a ella somos quienes somos, somos quienes hemos querido ser en las innominadas peripecias por las que aún seguimos caminando.

Obviamente, son muchas las cosas que dejan huella en nuestra vida, pero toparnos con estos pequeños amigos siempre será un hecho maravilloso. Y sólo al final, como don Quijote convaleciente en su cama, confesaremos a nuestro fiel amigo Sancho que no fue un error pretender tener una vida igual que como la pintan en los libros.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.