La mujer en Miguel Hernández

Como saben ustedes, el pasado 28 de marzo recordamos los 75 años del asesinato del poeta cabrero, pastor de Orihuela y piedra angular de la poesía social de la España pre y posbélica. Como saben ustedes, la vida del poeta está ligada íntimamente a una serie de mujeres, que, indefectiblemente, fueron musas de sus versos. Es por ello que, en este artículo —mi primero con estos frikilólogos— haremos un breve repaso a esas mujeres, y a la importancia que cobran en la vida y obra del “pastor un poquito poeta”.

Muchas son las voces que enarbolan la bandera de la importancia, únicamente, de Josefina Manresa, su esposa y novia de toda la vida, pero no podemos obviar otros agentes como su madre, a quien dedica una prosa maravillosa (que veremos más adelante), a su hermana pequeña fallecida, y a Elvira, la mayor. También a su primer amor: Carmen la calabacica —no correspondido— y, cómo no, la que todos estáis esperando que mencione: Maruja Mallo. Pero no sólo estos nombres configuran la lista de mujeres hernandianas. Como recuperadores del pasado, tenemos la obligación de recordar a Rosario Sánchez Mora —más conocida como Rosario dinamitera—, Dolores Ibárruri —quien no necesita presentación— o María Zambrano, a quiénes dedica unos versos.

La vida de Miguel comienza con mujeres y acaba con mujeres. Mujeres que se entregaron a él en cuerpo y alma y que le ayudaron a sobrepasar los obstáculos de su vida. Con esto, me refiero, en primera estancia, a su madre Concha —“gitana, oscura y perdida”, como él mismo la definiría. En más de una ocasión, Concha amansó la ferocidad de las broncas que Miguel padre echaba a nuestro poeta. Es por eso que recordamos aquí la prosa anteriormente citada, “compañera de nuestros días”. En ella, Miguel critica el papel de objeto que se le ha dado a la mujer y destaca la explotación sistemática de las campesinas que realizan el mismo trabajo que un hombre, además de combinarlo con la maternidad. Y siempre para un terrateniente (“…sobre sus espaldas las indignas cargas que se le han ido echando durante varios siglos… y si sus huesos, y su carne, a pesar de agotadoras faenas, se resistían a la deformación…se alzaban prodigiosamente bellos, femeninos, eran presa forzosa del rico que poseía la tierra…”).

Respecto a su hermana, recalcaremos el poema “Hermanita muerta” donde, además de interpretar —y dar a conocer— el fallecimiento de su hermana pequeña, nos da una idea de la idiosincrasia rural de la España de los años 20 y 30: el amortajamiento del fallecido en la casa de la familia, la visita de plañideras a consolar a la madre, rota por el dolor.

Pero, sin detenernos mucho más, llegarán entonces los años 30 y los viajes a Madrid en busca de un futuro para sí y para Josefina, con la que ya había entablado relación sentimental (desde su tercer viaje). Sin duda, la importancia, en estos años, de las mujeres que le rodean influyen notablemente en sus letras. Digo mujeres en plural porque conocerá a María Zambrano y Maruja Mallo, entre otras de las llamadas sinsombrero. Esta etapa acabará con la publicación de El rayo que no cesa y el corazón partío (“…de color de la amapola el alma tengo, / de amapola sin suerte es mi destino…”).

Destacamos esta obra porque el leitmotiv de este mes, en nuestra revista complutense, es la mujer, y, en Miguel, la obra con más influencia femenina es ésta. La obra presenta una simbología de elementos incisivamente dañinos y que marcan en el sino humano: el cuchillo, el rayo, la huella, el metal, la sangre, la espada…y un largo etcétera. Destacamos también la dicotomía del amor carnal frente a amor casto y bucólico (“te me mueres de casta y de sencilla: / estoy convicto amor, estoy confeso / de que, raptor intrépido de un beso, / yo te libé la flor de la mejilla”). Uno representado por Josefina y el otro, por Maruja, dejando bien claro que, sin las mujeres, este poemario (reconocido como uno de los mejores de Miguel) probablemente no habría visto la luz.

Todo esto, hablando de la poesía, pero no debemos olvidar que Miguel Hernández cosechó también el teatro, del que destacamos Los hijos de la piedra, donde, entre otros argumentos, destaca el ver cómo Retama, la protagonista femenina, se hace valer en más de una ocasión frente al señor, que quiere, por ser señor, acostarse con ella. Pero no sólo Los hijos de la piedra, también dentro del ciclo Teatro en guerra en la obra La cola, Miguel nos deleita con una escena en la que una anciana abronca a un grupo de muchachas y las insta a luchar por sus libertades, por sus familiares, y por ellas mismas contra el fascismo.

Podemos concluir este artículo afirmando, sin miedo a equivocarnos, que la ideologización de Miguel Hernández tiene mucho que ver con la visión que de la mujer va adquiriendo. Desde que, en sus comienzos, únicamente realiza metáforas de tal forma que parecen acertijos sin que se dé protagonismo a la mujer hasta una prosa (firmada con el pseudónimo de Antonio López) feminista reivindicando el papel de la mujer en plena guerra civil pasando por los líos amorosos de una sexualidad heterosexual efervescente.

Bibliografía:

  • Hernández, Miguel. Obra completa. Tomo I. Espasa. Madrid. 2010.
  • Ferris, José Luis. Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte del poeta. Temas de hoy. 2002.
  • Gibson, Ian. Cuatro poetas en guerra. Planeta. 2008. Madrid

Webgrafía:

http://mhernandez-palmeral.blogspot.com.es/

https://reyournal.com/post/homenaje-a-miguel-hernandez/ver

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